La escuela de los sueños rotos
La octogenaria fábula de “La mancha de humedad” de la poetisa uruguaya Juana de Ibarborou nos sirve de pretexto para afirmar que los pedagogos siguen siendo como esa chiquilla que lloraba desconsolada maldiciendo a Yango, el cruel pintor (en este caso, el sistema educativo), que blandía su brocha untada de cal. Aquel hombre borró de un tajo sus imaginarios más preciados plasmados en esa pared. La lluvia delineó con el tiempo “una gran mancha de diversos tonos amarillentos, rodeada de salpicaduras irregulares”. Allí era donde Juana recreaba sus candorosas fantasías. Ella bien sabía que “ninguna lágrima rescata el mundo que se pierde ni el sueño que se desvanece”. Hemos querido darle continuidad al relato. Un tiempo después la niña del cuento entró a la escuela y observó cómo, al atravesar el dintel del oscuro y pesado portón, encontró niños y salones.
Con un suspiró expectante comenzaron las eternas y cálidas preguntas que se cruzarían por su mente y que el viento ayudaría a refrescar: “¿Qué iré a aprender? ¿Me enseñarán lo que yo quiero? ¿Obtendré respuestas a mis preguntas? ¿tendré muchos amigos? ¿Mis profesores pacientemente resolverán mis dudas y me ayudarán a ser una buena chica, no tan hiperactiva como dicen que soy?”. Con el tiempo la nubil niña aprendió a vivir en medio de ruidosos silencios llenos de miedos a equivocarse, burlas incomprensibles, exámenes clasificatorios y comparaciones odiosas. Ella siguió creciendo en medio de la incomprensión, el desarraigo y la desesperanza. Muchas veces se le rompió el alma en pedazos de tristeza y tuvo que caminar al lado de otras vidas tan rotas como la suya, Aun así, siguió deambulando con sus sueños astillados por senderos de indiferencias y olvidos.
Trataba de darle un sentido a su rumbo y andar. Como un caballero........
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