En ocasiones siento que Colombia vive atrapada en un ciclo que nunca termina. Cuando se anunció la llamada “paz total”, muchos pensamos que quizá, por fin, estábamos ante una oportunidad real de reconciliación. Nos vendieron la ilusión de un pacto amplio que escucharía a las víctimas y daría dignidad a quienes siempre fueron olvidados. El mensaje sonaba esperanzador, como un nuevo comienzo. Sin embargo, muy pronto la ilusión se desvaneció, las mesas de diálogo se convirtieron en vitrinas políticas, los discursos se llenaron de promesas que nunca llegaron a los territorios, quienes más necesitaban del cambio, volvió a quedar solo frente a la violencia cotidiana.

El fracaso de la paz total no es solo un hecho político, es sobre todo un fracaso humano. Porque detrás de cada comunicado oficial hay realidades dolorosas que rara vez ocupan titulares: campesinos desplazados, madres enterrando hijos, jóvenes reclutados por la fuerza; se les prometió tranquilidad, pero lo que recibieron fue un miedo renovado. Esa traición duele más que cualquier derrota militar, porque alimenta........

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