Las noticias golpean; un joven de 16 años, buscando un escape, decide lanzarse al vacío; él no era solo una estadística; era una vida, un presente, un futuro, una familia rota, este acto desesperado es el eco más fuerte de una verdad incómoda: la salud mental de nuestros jóvenes está en crisis, y como sociedad, realmente estamos fallando.

Es doloroso ver cómo los programas por los que muchos sacan pecho y se ufanan y que aparentemente son diseñados para ayudar, se quedan en el papel, creados desde escritorios lejanos, sin realmente entender la angustia que viven nuestros chicos. Líneas de atención y plataformas juveniles que deberían ser un salvavidas, resultan inoperantes, burocráticas, y finalmente, inútiles. ¿Cómo podemos esperar que funcionen si no escuchan, si no sienten, si no se adaptan a quienes supuestamente quieren proteger?

Y luego está la indiferencia, esa frase que se oyen tan a menudo: «como no es conmigo, qué más da», o «uno no puede cambiar el mundo», son una desconexión fría y peligrosa, la falta de empatía es un abismo que separa a quienes sufren, de quienes........

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