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Cosas de la vida

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09.12.2025

La vida está llena de pequeños detalles que, vistos en retrospectiva, terminan marcando el rumbo de lo que uno será. Hoy, mirando hacia atrás, reconozco que buena parte de la seguridad con la que he enfrentado auditorios, cámaras y adversidades se la debo a dos experiencias aparentemente menores: el teatro escolar y el semillero juvenil de Acción Democrática.

Todo empezó en la escuela Vicente Peña, en San Juan de los Morros. Mi maestra de segundo y cuarto grado, Zulme Azuaje —cuyo nombre guardo con gratitud evitando que el tiempo lo haya difuminado— tenía la costumbre de organizar actos culturales para todas las fechas importantes del calendario. Entre 1966 y 1968 me tocó protagonizar varias obras escenificadas en los auditorios de grupos escolares. Recuerdo la emoción y el miedo a partes iguales cuando había que salir, haciendo pareja con Rita del Corral, al escenario del salón de actos ante centenares de compañeros, padres y maestros. Aquellos aplausos —o los silencios cuando algo no salía bien— fueron mi primera academia de templanza. Actuar frente a tanta gente me ayudó a perder la timidez y a entender que el nerviosismo no es un enemigo, sino un compañero que hay que aprender a manejar.

Cuando en septiembre de 1968 ingresé al liceo Juan Germán Roscio, la vida me puso otra prueba distinta. Me incorporé de inmediato al semillero adeista, ese espacio de formación política que Acción Democrática tenía para los más jóvenes. Mi primera responsabilidad seria llegó a finales de........

© El Diario de Guayana