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¿Soy economista o escribidor de domingo?

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30.06.2025

Siempre he convivido con un dilema existencial que, afortunadamente, no me quita el sueño no me hace sudar frío a las tres de la mañana y ni me provoca muyu muyu. Confieso que es una disyuntiva sin ansiedad, sin diván y sin Freud. En pocas sin rollos. ¿Soy un economista atrapado en el cuerpo de un escribidor o un escribidor atrapado en el cuerpo de un economista? No lo sé. Pero como decía mi abuelo Rosendo, trabajador de la fábrica de cemento de Viacha, “más rarito era tu tío y míralo, terminó de senador”. Por supuesto, esta opinión de mi ancestro me consolaba.

Un escribidor de domingo, como quien esto firma, es aquel que garabatea líneas no por contrato, sino por catarsis: escribe para espantar demonios, para ordenar el caos con puntos y comas, y para escalar, a pulso y prosa, hacia alguna esperanza que no cotiza en bolsa. En cambio, un escritor de verdad es un artesano talentoso de la palabra, que trabaja con disciplina monástica y sintaxis afilada. El “escritor economista”, en cambio, es un oxímoron ambulante: demasiado estructurado para la metáfora, demasiado enamorado de las cifras como para confiar en la ficción, y sin embargo, aquí estamos… pretendiendo que el Excel y la poesía pueden convivir sin matarse.

Lo cierto es que esta esquizofrenia identitaria comenzó, como todo en Bolivia, en el colegio, ese laboratorio nacional donde se forman desde poetas hasta ministros de Economía, pasando por choferes de Yango. Yo cursaba quinto de secundaria, cuando conocí a un personaje inolvidable: René Bascopé Aspiazu, profesor de física, ingeniero electrónico de formación (otros decían que era ingeniero civil que nunca había........

© El Deber