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Luis Arce y la perversa herencia de tierra arrasada

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23.09.2025

Juan Pablo Guzmán

En 1812, el general ruso Mijail Kutúzov era temido no solo por sus enemigos, sino por sus propios oficiales y tropas. Había perdido el ojo derecho en una batalla contra soldados del imperio otomano, pero decidió no cubrir la horrenda cicatriz con un parche. Para él, esa herida no era una abyección, sino un símbolo de su valor y de su férreo carácter.

Con esa aura, el 13 de septiembre de ese año el general zarista se encontraba en el mayor trance de su vida. Moscú estaba a punto de ser tomada por el ejército francés comandado por Napoleón y él debía elegir, según los manuales militares convencionales, entre dos opciones: rendir a la ciudad sin disparar un tiro o presentar combate, aun con la certeza de que la derrota era inevitable.

Sin embargo, sus 67 años fundidos a plomo, una ciega lealtad al zar y la convicción casi religiosa de que jamás se debe inclinar la cabeza ante el enemigo encendieron en él la idea de una tercera alternativa, casi bajada del infierno. Reunido con su Estado Mayor, Kutúzov apenas parpadeó con el........

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