De lo auténtico, lo inmersivo y el ‘satisfyr’
Tablao flamenco en Sevilla. / EFE
Llevo un tiempo asistiendo con perplejidad a cómo todo lo cultural, incluso aquellas artes como la pintura o la literatura que hasta ahora habían mantenido un mayor decoro, está dejándose contaminar por la modita de lo experiencial y lo inmersivo. Dos conceptos absolutamente esnobs que no vienen sino a tratar de atraer al público con la promesa de que merece la pena pagar más para vivir un momento irrepetible que, a ser posible, puedas postear en Instagram.
Viendo las luces de colores que iluminan la muralla de la Macarena o el Alcázar, la increíble oferta de visitas teatralizadas en las que actores disfrazados resumen a grupos de adultos los siglos de historia de un monumento en una ruta exprés o las grandes exposiciones que giran por el país proyectando en 3D cuadros universales que por lo visto se pueden tocar (pero no ver), me pregunto si habremos perdido la capacidad de emocionarnos con la mera contemplación. O si será que, en esta sociedad sobre estimulada, no nos seduce ya nada que reclame algo de nosotros. Por eso, preferimos que otros decoren nuestra existencia con sueños prefabricados y neones.
A compás
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