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El regreso de la barbarie verbal a la política española

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18.11.2025

El 27 de octubre de 2024, en una circunstancia trágica, el presidente de la Generalitat Valenciana desatendió gravemente las obligaciones de su cargo. Tanto, que quedó radicalmente descalificado para continuar en su puesto. Aun a riesgo de crear un vacío de poder y dejar descabezada la institución durante un largo período, debió dimitir. El trauma colectivo fue tal que su permanencia al frente del Gobierno autonómico resultaba insoportable para la población; y no sirve argüir que el Gobierno central, que actuó de forma artera y desleal, ha logrado irse de rositas de la catástrofe. Nadie dijo que la política profesional sea un juego justo.

Mazón ha resultado ser un político incapaz, que probablemente nunca debió alcanzar un puesto de tal responsabilidad. Su torpe codicia de poder tiene algo que ver con el hecho de que hoy Alberto Núñez Feijóo no sea presidente del Gobierno. Únicamente la laxitud insensata con la que los partidos seleccionan a sus candidatos explica la regresión de la especie que padece nuestro sistema político. Si Mazón es culpable de negligencia, al menos en la misma medida lo son quienes, conociéndolo, lo elevaron a un puesto muy por encima de su capacidad.

Ahora bien: lo que digo de Mazón puede aplicarse, corregido y aumentado, a la mayoría de los diputados de la comisión de investigación sobre la dana que este lunes montaron el linchamiento incivil de una persona que ya ha abandonado -con un año de retraso- su responsabilidad política y, con toda certeza, estará pasando los días más amargos de su vida.

Es altamente probable que muchos de esos diputados no pasarían un escrutinio de urbanidad elemental, que todo su mérito para alcanzar el escaño derive del servilismo a los caciques locales de su partido, que ignoren por completo para qué sirve un Parlamento (ni falta que les hace) y que su comportamiento salvaje se deba únicamente al deseo de puntuar ante sus jefes, que les exigen una cuota diaria de sangre enemiga para sostenerse en el escalafón.

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Las crónicas de la sesión se asemejan más a la de una batalla tabernaria de gamberros beodos que a la de un debate parlamentario en una democracia avanzada. Homicida, miserable, criminal, psicópata, mala persona…"Mazón al paredón" fue la consigna que orientó la cacería. Se le acusó de provocar personalmente la riada y desear la muerte de más de doscientas personas, se le preguntó si había llevado muda limpia a El Ventorro para después de sus presuntos escarceos sexuales, se le deseó que pasara el resto de su vida en la cárcel…

Escuchando a la turbamulta de diputados sedientos (ellos sí) de sangre humana, parecería que Mazón es un Voldemort de la política, un ser omnipotente capaz de domar a la naturaleza y que su sola presencia en el puesto de mando aquella tarde habría bastado para detener las aguas y contener la tragedia. Ojalá. En realidad, es tan sólo un pobre hombre al que los hechos le pasaron por encima, como le habrían pasado estando en su puesto de trabajo y como, sin ninguna duda, le pasarían a la colección de hienas parlamentarias que el lunes se repartieron su piel.

"Ojalá estas palabras resuenen durante toda su vida en su cabeza: usted es el responsable de la muerte de 229 personas", le dijo Ione Belarra a modo de maldición. Y yo digo que, desastre por desastre, prefiero mil veces a Mazón en El Ventorro que a Belarra en un despacho oficial en medio de una........

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