…¡Y se llaman "compañeros"!
No es sencillo ser a la vez laico y catequista. Pese a mis muchos (demasiados) años de militancia, siempre rechacé instintivamente todo lo que la política partidaria tiene de eclesiástico, la vida orgánica de litúrgico y las ideologías oficiales de teológico. Por ejemplo, jamás me acostumbré al uso ritual de las expresiones "camarada" de los comunistas y "compañero" de los socialistas entre sujetos que usualmente se detestan y dedican una parte desproporcionada de su tiempo a perpetrar canalladas recíprocas.
El sanchismo no tiene remedio en esta legislatura, pero aún le queda mucho daño por hacer: sus efectos nocivos en la política española se prolongarán durante años, tras la previsible derrota intentará reciclarse y recuperar el poder lo antes posible -incluso con el mismo líder o con el sucesor que él designe- y, en todo caso, deja un reguero de malas prácticas para uso y provecho de los gobiernos futuros, junto a varios artefactos explosivos situados en los cimientos del edificio constitucional.
En esta fase de descomposición del régimen, no hay paz para el fundador ni para sus conmilitones. Han entrado en esa etapa postrera en la que todo lo que sucede los daña, lo que intentan se les tuerce y lo que tocan se pudre por su mero contacto. Su toxicidad de origen ya los envenena a ellos más que a nadie. La tropa observa al caudillo con más aprensión que pasión, los generales murmuran entre sí, los aliados calculan el momento adecuado para dejarlos tirados y los adversarios quizá caigan en la tentación de disputarse la herencia antes del deceso; cualquier taurino recuerda cornadas mortales que propinaron toros a su vez heridos de muerte.
Cuando a un Gobierno se le apelotonan las desgracias políticas, se hace difícil distinguir unas de otras y establecer una jerarquía entre ellas. El mes de agosto se presumía de descanso, ya que los jueces y los periodistas más peligrosos para el poder también toman vacaciones, y miren lo que sucedió: una salvaje sucesión de incendios descontrolados terminó de delatar ante la sociedad la incuria de los gobernantes tanto en la prevención como en la acción, el desorden estructural en el funcionamiento de las administraciones y la miseria moral de los políticos para los que hasta la ocasión más trágica es buena para sacarse las tripas. Si añadimos el espectáculo tercermundista de un servicio ferroviario del que antaño nos enorgullecimos, el verano ha servido para asentar la convicción social de que nuestras infraestructuras y servicios públicos son impropios de un país moderno en 2025; además de expandir la sospecha sobre el funcionamiento del Estado autonómico, especialmente cuando el poder central y los territoriales están en manos opuestas.
Opinión TE PUEDE INTERESAR La herencia del sanchismo: una España en decadencia Ignacio VarelaPor lo demás, la crisis del sanchismo se manifiesta de forma simultánea en tres planos:
En primer lugar, su propia naturaleza como producto político y fórmula de Gobierno. Los partidos centrales, mayoritarios, irracionalmente enfrentados entre sí y sometidos al chantaje permanente de sus aliados extremistas, minoritarios pero poderosos como nunca. La polarización como instrumento estratégico de laboratorio, que paraliza crónicamente cualquier reforma de fondo en un sistema concebido para avanzar desde los consensos básicos. El principio de legalidad, pisoteado por las conveniencias sectarias. La ocupación sistemática y el maltrato de las instituciones en manos de ineptos sin otra cualificación que el servilismo. La mentira como hábito. El desprecio del Parlamento y el enfrentamiento irrestricto entre el poder ejecutivo y el judicial. Los privilegios territoriales a las regiones ricas emanados de los pactos políticos con los nacionalismos........© El Confidencial
