La edad para morirse
Ocho años atrás, cuando nació mi primera hija, pensé: ahora ya no puedo morirme. Debo ser inmortal. Y aunque no erradiqué del todo mis malos hábitos, me impuse rutinas algo más saludables. Hace quince meses, la llegada de mi segunda hija me hizo renovar aquel compromiso: no puedo morirme; no ahora, no pronto, no antes de verla a ella y a su hermana mayor crecer y convertirse en las mujeres felices, independientes, ojalá plenas, que confío que sean.
Son solo deseos, claro está, deseos nobles y altos como columnas de mármol, pero que se tambalean como palitroques cuando la vida te recuerda la absurda fragilidad del cuerpo y de su entorno. Lo dice bien Joan Didion en ese libro estupendo que es El año del pensamiento mágico: «La vida cambia deprisa. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba».
Para los periodistas que estamos al borde de los cincuenta y que profesionalmente hemos crecido en paralelo, la repentina muerte de Jaime........© El Comercio
