Vargas Llosa, Barranco, y el León de Natuba
¿De qué están hechos los escritores? ¿Viven absortos en sus ficciones o les interesa, por ejemplo, los derechos humanos o la democracia? ¿De dónde salió el León de Natuba? Sin yo proponérmelo estas preguntas acampan de pronto en mi cabeza mientras recorro los estantes móviles de la biblioteca de Mario Vargas Llosa en su departamento de Barranco. La ventaja de llegar temprano a las citas es que dispones de un tiempo impagable de aclimatación y de curiosidad, antes de sumirte o de que te suman en la lógica de la reunión y sus implícitos protocolos.
Un día antes, un escueto correo electrónico de la secretaria de la Defensora del Pueblo, Beatriz Merino, me convocaba a la casa de Vargas Llosa a las 8:30 de la noche del viernes 7 de marzo del 2008. Me imagino que, a los veinte años, cuando La guerra del fin del mundo me dejó sin habla un buen tiempo, esta invitación habría producido en mí una prolongada efervescencia y una ansiedad de esas que lo aceleran todo: el habla, el movimiento de las manos, el repaso frenético de sus libros. Imagínense, verse cara a cara con el autor de las novelas que tanto has disfrutado, habría sido para no creerlo. Más o menos como tomar un café con Borges en el Tortoni, o pasear por una playa del Mediterráneo con Camus.
Pero, entonces, yo ya bordeaba el final de la base cuatro, y tomé la noticia con serenidad y una prudente incredulidad. Pensé, algo pasa de un momento a otro y se cancela, o un súbito resfriado me saca de la escena. En fin, a la vida no le faltan zancadillas que poner.
El día y la hora, sin embargo, se fueron acercando, sin tropiezos. Y la emoción del lector sosegado que aparenté ser al inicio fue inevitablemente en ascenso. Tenía, además, el encargo de hacer una exposición sobre “actores con potencial alto de violencia en el Perú”, a propósito de los conflictos sociales con sus estallidos de protesta y sus cientos de muertos y heridos; y la vigencia de Sendero Luminoso en el Alto Huallaga (un comité desbaratado por la Operación Crepúsculo cuatro años después, en el 2012, que incluyó la captura del cabecilla Artemio); y el Sendero Luminoso del VRAEM, enquistado como un tumor maligno en una zona montañosa e impenetrable entre Cusco, Apurímac y Junín; y, desde luego, esa peligrosa y purulenta extremidad política, creada por Abimael Guzmán, llamada MOVADEF, que aún seducía jóvenes como lo hizo Sendero en los setenta y ochenta.
Esa noche llegué hasta el sexto piso del edificio en el que Vargas Llosa pasaba sus temporadas en Lima, minutos antes de la hora señalada. Me recibió un amable señor que parecía ser una especie de secretario-mayordomo, que me hizo pasar y me dejó a mi aire. No pudo haber hecho mejor cosa por mí este buen señor. Cautelosamente me fui acercando a su biblioteca, unos treinta mil volúmenes, alineados, fichados y sin polvo, y unos estantes enteros con todas las ediciones de sus libros en lenguas de extrañas grafías. El orden y la pulcritud relucían en cada rincón. Cuatro años después Vargas Llosa anunciaría la donación de esa biblioteca a su tierra natal, Arequipa.
Pensé en ese momento en el destino de las bibliotecas sin sospechar el destino de esos libros. He recorrido algunas de ellas de arriba a abajo en mi vida. Recuerdo la inmensa biblioteca de la Recoleta en Arequipa con su severa admonición contra los ladronzuelos de libros, pegada en la puerta; y sus maravillosos incunables oliendo a moho y lejanía. O en la biblioteca de........
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