Pagola: el sello propio e inconfundible de un bilbaíno enamorado de Segovia
Esta es la historia de un bilbaíno enamorado de Segovia hasta la médula. Es el relato de un personaje indispensable para entenderla, interpretarla y amarla sin condiciones. Es la narración del autor de un ciclópeo trabajo, inconcluso por una muerte prematura, pero que dejó una imborrable huella, que generaciones posteriores admiran, unas con vivo entusiasmo, otras, con silente curiosidad.
En una época de sombras y de elevada convulsión sociopolítica, este hombre hizo brillar a la ciudad y, aún más, creó escuela. Aunque tanto empeño la costará la vida. Literalmente.
Casi metro noventa de vizcaíno, la figura de Pagola pasea por la plaza Mayor segoviana, con su inseparable txapela, camino del Ayuntamiento. Corren los años veinte del siglo pasado y Silvestre Manuel es el recién nombrado arquitecto municipal, un gélido mes de noviembre, a punto de cumplir los 31.
Simultanea esta labor, durante doce años, con su trabajo en Madrid, donde se colegió como arquitecto tras acabar sus estudios universitarios. Y es que allí, en la capital de España, cuenta con notables amistades -intelectuales como él: el escultor Adsuara, Miguel de Unamuno, Pérez de Ayala o Alfredo Manquerie, entre otros-, que alimentan su espíritu inquieto y rebelde, ese que se plasmó después en un legado arquitectónico, urbanístico y social único y de gran valor.
En Segovia conoce y llega a tener una gran amistad con la familia Zuloaga, especialmente con Juan, quien llegara a ser concejal de la Ciudad en 1933, en plena II República y de cuya relación personal nos ha llegado una serie de testimonios en forma de cartas (véase libro Silvestre Manuel Pagola, Arquitecto. Miguel Ángel Chaves Martín y Alberto García Gil. Ed. Demarcación de Segovia del Colegio Oficial de Arquitectos de Castilla y León Este, 1997).
Las misivas plasmadas en dicha publicación, de la que se harán varias referencias en este reportaje, recogen de forma extraordinaria el periplo profesional y personal del arquitecto en la ciudad, donde su adaptación a los intereses de los dirigentes políticos resulta harto complicada. Y es que la inquietud social de Pagola y su espíritu moderno no cuentan siempre con el plácet de los poderes fácticos e institucionales, lo que acaba mermando su salud de manera peligrosa y le hace convalecer en varias ocasiones, sin que por ello abandone su actividad profesional.
Irrefutable muestra de ello son los más de 100 edificios repartidos por la ciudad pero, más aún, el cambio sustancial que su arduo trabajo proporciona a la fisonomía de la urbe, respetando, hasta donde le dejaban, su conjunto histórico y legado arquitectónico y artístico.
La familia, su gran obra
Pagola, casado con una segoviana, Margarita Pilar García Monedero, vive en el centro de la ciudad junto a sus cuatro hijos (Pilar, Manuela, Rafael y José Manuel). Allí, son testigos de los momentos más convulsos de la historia........
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