Luces de Navidad
Tú, probablemente, buen cristiano, con derecho a sentarte en los bancos cualesquiera de la iglesia, seguro que no abres las piernas cuando se acerca otro cristiano a sentarse a tu lado en señal de rechazo ni le indicas que reservas para tu esposa, sino que te aprietas al de al lado para caber todos.
Yo no. Soy el pecador que sale en el Evangelio. Me pongo en la parte de atrás del templo y no sé si soy digno de entrar en esa casa, aunque busco una palabra suya que sirva para sanarme.
Entonces viene la Navidad y se encienden unas pocas luces por entre las ramas del pino de la plaza. Las miro embobado. Todos los días de Navidad me parecen nochebuena y misa del gallo. Con los villancicos del coro parroquial, sin instrumentos, salvo alguna pandereta, y las luces de colores del pino me da la sensación de que el oxígeno que me entra se llama felicidad.
Qué va. Descuelgan las luces en enero. Los del coro se van a estudiar a la ciudad. Las calles se quedan frías, solitarias, en blanco y negro. Ahora no llamaré al oxígeno tristeza para que no se ofenda. Con monotonía tras los cristales va que chuta.
Así que después de montar en la burra a mi mujer y a mi hija, con mi chocolatera y mi “anabe” (que para escribir aquí, después de sesenta y seis años de repetirlo, he tenido que mirar en el diccionario: qué leches........
© El Adelantado
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