De feria en feria
Terminan de asentar el terreno con motoniveladora y apisonadora. Rebuscan los espárragos que unen nuestros afanes a la tierra. A ellos aprietan las tuercas de las columnas. Entre las columnas colocan los arcos. Arcos con filigranas geométricas cuajadas de bombillas de colores. Juntando cables y conectando enchufes, tachán: las luces de la fiesta. Poco a poco van llegando los carromatos: ahora ya furgones, camiones, remolques, caravanas, tráileres con vivienda. En un plis plas despliegan el material, ensamblan las piezas, cubren con lonas. No se ven especialistas perfectamente uniformados. Más bien fornidos trabajadores, jóvenes más que viejos de distintas procedencias. La sensación es de apaño: unos tacos de madera para calzar la horizontalidad, unas faldillas con polvo de todos los caminos, un olor a lubricante rancio que engrasa los cigüeñales. Milagro parece que nuestros hijos vuelen o se precipiten dentro de las cestas de plástico y salgan ilesos. El chaleco fosforescente de un operario dice “técnico”; su portador, sobre el papel de un portafolios, firma la garantía de que todo está en orden. A disfrutar.
No frecuento el ferial, sino silencioso y mudo al amanecer. Por cada caseta, por cada atracción voy reviviendo: los churros, el tren de la bruja, los coches de choques, el vino dulce, el vértigo........
© El Adelantado
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