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200 años de policía

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15.04.2024

Hay un ser humano, una persona, un hombre, una mujer, debajo de un casco. Llueven latas de refresco llenas, botellas más o menos vacías, palos, adoquines. Un escudo parece pequeño ante tanta tormenta. Sobre todo, si ves a tus pies al compañero caído que sangra mientras es retirado a zona más segura. ¿Qué sujeta a esa posición de riesgo, de peligro, a ese ser humano, a esa persona, a ese hombre a esa mujer?

Por la emisora que brama dentro del habitáculo se requiere más fuerza para enfrentarse a un ladrón con rehenes. La urgencia del caso no da para pertrecharse de forma conveniente. Parapetados tras los automóviles, con el arma presta, se espera un desenlace feliz. Pero los instantes de la espera son más que suspense. ¿De dónde le nació a este ser humano uniformado la disposición a acuclillarse ante un ser ansioso, airado, armado, cuando todos los demás ponemos pies en polvorosa?

Dos personas no tan jóvenes han tirado de navaja después de una discusión. Sorprendentemente la gente se arremolina a una distancia poco prudencial para su presunta cobardía. Un coche se acerca haciendo sonar la sirena. Primero con palabras, después con ligeras amenazas se conmina a los enzarzados a que cesen su ataque. Ha habido que sacar la pistola. Un ser humano, una persona, un hombre, una mujer, en una especie de arte marcial, ha conseguido desarmar al más violento. Acude fuerza del orden suficiente que se limita a recoger a los protagonistas del altercado y disolver a los curiosos. ¿Acaso este ser humano que ha intervenido y disuelto el incidente ha pensado antes de intervenir que su vida corría peligro?

En la estación de autobuses se ha dado la alarma. El ladrón corre atropellando al personal. De entre la masa anónima ha saltado como una centella un paisano. Persigue al ladrón. Tras una larga carrera, en un callejón angosto, se detiene exhausto el ladrón. Su perseguidor le enfrenta, le pide lo robado, le hace los cargos sobre la devolución, le enseña la placa, le explica su condición profesional. El ladrón devuelve la cartera y levemente agarrado por el brazo camina hacia la comisaría. ¿Quién, ni el dueño de lo robado, se daría esa carrera........

© El Adelantado


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