En Torrecaballeros hay mucho más que suculentos asados: hay vida, cultura, tradición y ganas de disfrutar, y todo estalla como un trueno cuando llegan sus fiestas patronales. Entre viejas casas de piedra, calles estrechas y un aire serrano que sabe a leña y a vino, cuando agosto apura sus últimos días comienza una semana en la que la normalidad se rinde y todo queda en manos de las peñas, las orquestas y la bendita costumbre de hacer ruido.

El martes 26 arranca con un gesto de justicia poética con un campeonato de brisca solo para mujeres, porque en este país, aunque se finja lo contrario, las cartas siempre las han barajado ellas. Mientras tanto, una gymkana familiar toma el centro cultural Carlos León y el complejo deportivo Pirata Olivia, como si los críos fueran marineros de una flota que nunca se rinde. A las ocho, el Parque de la Iglesia se convierte en cuartel general del tardeo musical, la charanga no descansa y el que diga que en los pueblos no hay marcha, que se pase por allí.

El miércoles 27 es día de calentar motores. A media tarde, los cuentacuentos conquistan a los pequeños, esos futuros portadores de litronas y camisetas de peña. Luego, la inauguración oficial de peñas, con la Charanga Gurugú abriendo camino y los banderines ondeando desde medianoche, como si fueran trofeos de guerra anunciando que la calma del pueblo ha terminado.

El jueves 28 es cuando la cosa se pone seria. Pasacalles de disfraces, pregón desde el balcón del Ayuntamiento con Cruz Matute y Pedro Cubero como heraldos de la algarabía, proclamación de reyes........

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