¡Vivan las fiestas de Valsaín!
Cuando me harto de esa modernidad de saldo que nos mete el algoritmo hasta en la sopa, cuando me canso de que Spotify me diga qué escuchar, Netflix qué ver, y el supermercado qué vino comprar en oferta, yo me voy a Valsaín. Allí, en ese rincón abrigado de bosques, donde los pinares huelen a historia y las calles a chimenea, el pueblo entero se conjura para recordar que todavía hay lugares que no se han vendido a la moda, que siguen viviendo sus fiestas como si el mundo de fuera no existiera. Y, créanme, uno respira mejor.
Porque las fiestas de Valsaín no son de plástico ni de TikTok. No son para hacerse selfies con filtro ni para salir en un reel patrocinado por el ayuntamiento. Son otra cosa. Son un testimonio feroz de que todavía quedan pueblos que prefieren la bota de vino al gin-tonic con pepino, la charanga desafinada al dj estrella de Ibiza, y la misa con procesión a la influencer que se sube a hombros en un after.
El programa lo dice todo. El jueves 4 de septiembre se abre el telón con un concurso de humor amarillo en la plaza de toros. Sí, humor amarillo: hostias en colchonetas, carreras absurdas, caídas y carcajadas que no necesitan trending topic para ser auténticas. Después, a medianoche, se inauguran las peñas con un dj que, si no pone reguetón, será porque no quiere, no porque nadie se lo dicte desde Miami.
El viernes empieza el pulso entre lo sagrado y lo profano, que es la verdadera esencia de cualquier fiesta española que se respete. A las seis, misa y procesión con la virgen del Rosario paseando por las calles. Después, pregón en la plaza, con entrega de premios, reinas y mayordomos, fotografía, carrozas y hasta un premio llamado Félix Gil, que parece salido de otra época, de cuando los valores humanos se premiaban de verdad y no con un tuit lacrimógeno. Luego, la verbena con la orquesta Track y, de madrugada, la charanga El Resbalón, que se mete entre las peñas con su música a degüello, hasta que el sol asoma y la resaca se mezcla con el olor a churros.
La corta de troncos. / Pedro de la PeñaEl sábado 6 de septiembre no hay respiro. Encierro campero con bueyes que suben y bajan del monte como se ha hecho toda la vida. Encierro infantil con carretones, porque los niños también tienen derecho a su cuota de adrenalina. A las dos, la botellinada popular: aquí no hay Red Bull ni gin-tonics de diseño, sino cerveza de litro, calimocho y amistades que se hacen en el suelo de una calle. A las seis y media, los concursos de sierra y hacha: hombres y mujeres midiendo su fuerza con madera de verdad, sin cámaras de crossfit ni pulsómetros........
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