Olvidar
A veces me sorprendo de la facilidad con que todo se olvida. Pasan los líderes y los amigos, los amores y la felicidad; los malos tragos largos que amargan la existencia y los cortos que la vuelven interesante. Metidos en una vorágine reduccionista, donde el uno representa al todo, el presente pasa ante mí como un fantasma en la mañana, demasiado tenue para ser percibido y demasiado inconsistente para poder ser tenido en cuenta. Borramos el ayer con tanta facilidad que las muestras dejadas en el hoy para no parecer estúpidos viven en la soledad con que la ignorancia recalcitrante y cainita todo lo nubla. Ciegos al docto pasado, transitamos por una vía estrecha a tanta velocidad que no somos capaces de discernir cuál será la próxima estación y poco que nos importa.
Sin ir más lejos, el pasado viernes subí a un tren en la estación de Guiomar para llegar a un andén perdido entre las obras de Clara Campoamor. Arrastrando un maletón lleno de recuerdos ignorados, tomé un viejo tren de cercanías para alcanzar el túnel medio iluminado en la parada de Almudena Grandes. Metido en un rojo tren italiano que se entretiene por vías españolas me deslicé hasta la estación malagueña de María Zambrano donde salté a otro viejo tren abarrotado de turistas, paisanos y choros, que diría Ricardo Darín, para cruzar una estación próxima dedicada a Victoria Kent. En apenas cinco horas, había viajado desde los poemas que escribiera Antonio........
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