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Las Cortes de Toledo

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24.03.2024

Dicen algunos paisanos que la corrupción es el mal endémico de nuestra sociedad; que, metidos en un sistema que no garantiza la honestidad de quien lidera el percal, estamos condenados a sufrir del mal uso de lo público, pervertidos los intereses generales del común por espurios deberes orientados al beneficio de unos pocos. Sometidos al impero de la demagogia, que diría Aristóteles, somos incapaces de delegar nuestra soberanía en gente honrada y comprometida, segura de lo efímero de su mandato y empeñados en el cumplimiento de la ley, en lo justo de aquella y en la obligatoriedad de dedicar lo público al pueblo. Durante los largos siglos que la historia nos ha regalado, la humanidad ha intentado generar espacios donde la justicia social, la honestidad y la defensa de los derechos de todos y cada uno de los integrantes de la sociedad que sea pudieran ser tenidos en cuenta en el momento de tomar decisiones, ya fueran trascendentales o rutinarias.

En la búsqueda de ese esfuerzo compartido, las sociedades humanas han pergeñado instituciones de representación dónde pudiera residir la voluntad de una mayoría capaz de tomar esas decisiones de la forma menos lesiva para el conjunto, según la idiosincrasia política del momento. Ya en la Roma pasada los fundadores de aquella república entendieron que sólo con el acuerdo de la mayoría se podía alcanzar un progreso común o, al menos, una estabilización del presente. En un tiempo cercano, los atenienses consolidaron asambleas con todos los ciudadanos implicados en los asuntos de la polis para producir un gobierno del demos, esto es, del pueblo, desde el siglo V a.C. Los romanos, por su parte, constituyeron una cámara delegada para discutir esos asuntos que llegó a contar en su inicio, tras el fracaso de la monarquía, con tres centenares de representantes. Bien es cierto que, tanto unos como otros, no manejaban el mismo concepto de demos que hoy entendemos, siendo los segundos ciudadanos atenienses, que no ciudadanas, sin tener en cuenta a extranjeros residentes y a la masa esclava sustentadora de buena parte de aquella sociedad; los primeros, empezaron con una treintena de ancianos procedentes de las llamadas gens, es decir, familias fundadoras de la urbe, según interpretaba la monarquía primitiva de origen etrusco, allá por el siglo VIII, mucho antes de que se conformara aquella ekklesía ateniense tan renombrada como poco conocida.

En ambos casos, la lucha por el ejercicio del poder acabó por prostituir lo poco o mucho de bueno que hubiera en aquellas instituciones garantes de la voluntad de una supuesta mayoría social. Llegado el final de aquel ciclo político y social clásico, los territorios derivados del colapso romano, gobernados por élites sustentadoras de monarquías sacralizadas, tendieron a cerrar el espacio de representación a los grupos privilegiados más próximos al detentador del poder omnímodo. No obstante, la complejidad de las sociedades, a medida que se asentaban y progresaban, generaron una diversidad que implicaba de un modo evidente la ampliación del círculo escaso de asesoramiento del monarca, apareciendo aquellas arcaicas curias regias. Es........

© El Adelantado


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