China, el dragón de dos caras
En el tablero del siglo XXI, pocas preguntas pesan tanto como esta: ¿qué ambiciones reales persigue China? La respuesta no se libra solo en el campo militar o económico, sino en un terreno más escurridizo, el de las narrativas.
Para Occidente, Pekín es el dragón que muestra un rostro revisionista, decidido a desplazar a Estados Unidos y reordenar el planeta.
Para sí mismo, en cambio, se presenta como un dragón distinto, uno enfocado en la estabilidad, el desarrollo y la soberanía. Dos caras de una misma criatura, cuya tensión ya moldea alianzas, doctrinas y riesgos globales.
En Washington, el diagnóstico se ha vuelto estructural. Informes del Pentágono, resoluciones del Congreso y la Estrategia de Seguridad Nacional coinciden en definir a China como “la principal potencia revisionista”.
La idea es que no busca integrarse, sino alterar las reglas del juego. Bajo esa lógica, Taiwán aparece como el trampolín hacia una mayor influencia en Asia, por lo que la reacción estadounidense se ha traducido en disuasión militar, desacoplamiento económico y coaliciones como el Quad o AUKUS.
El trasfondo de esta desconfianza es un aparato intelectual y político acostumbrado a ver en cada potencia emergente una amenaza existencial, como si el dragón solo pudiera ser temido.
Esta visión occidental se alimenta de episodios concretos. Las maniobras militares chinas cerca del estrecho de Taiwán, el avance en tecnologías estratégicas como la inteligencia artificial o los semiconductores, y la proyección global de la Iniciativa de la Franja y la Ruta refuerzan la idea de que Pekín no es un actor pasivo.
Cada puerto construido en África, cada cable submarino tendido en América Latina, cada avión militar sobrevolando el........
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