Crónica de un súper estadio sin fútbol
Por Johan Steed Ortiz Fernández
Neiva no se quedó sin estadio: se quedó con el reflejo de su propia improvisación.
El Guillermo Plazas Alcid es hoy un espejo roto que devuelve la imagen de todo lo que ha fallado: la mala planeación, la falta de gestión, la corrupción y la incapacidad de sus alcaldes.
Una década de promesas inconclusas, contratos fallidos y silencios cómplices nos dejaron sin fútbol, sin equipo y sin propósito.
Entre tanto en el Parque de la Música de Neiva hubo luces, pantallas, tecnología, renders que nos transportaron a la escena de un sueño colectivo.
No hubo un artista convocante ni un actor reconocido: el empresario Felipe Olave, que admitió no ser futbolero, eligió a un exjugador de la Selección y a un comentarista que ha vivido toda su vida del balón para que el escenario respirara estadio.
En la platea, decenas de camisetas amarillas del Atlético Huila. Al costado, un hombre permaneció de pie más de una hora: Albeiro, ondeando una bandera gigante del Huila, como si de ella dependiera la memoria y se salvara la identidad de la ciudad.
En medio del silencio y la nostalgia, su gesto fue una declaración de amor: mientras otros miraban con desconfianza, él seguía creyendo.
El encuadre fue perfecto: primero la pasión, luego el negocio. Activar símbolos de pertenencia para anclar un proyecto hecho a la medida de intereses privados.
Pero la realidad corrió más rápido que el marketing: Horas después, la DIMAYOR inhabilitó el estadio Guillermo Plazas Alcid, y el Atlético Huila armó maletas para jugar fuera, quizás sin regreso.
El discurso del nuevo estadio quedó en 3D: suspendido, en el aire, como un gol anulado por fuera de lugar.
Porque sin equipo profesional en casa, ese “hogar” pierde su razón de ser: un cascaron con buen sonido, un montaje sensacional sin alma, con ocupaciones eventuales que Neiva merece pero que no alcanzan.
Aquí empieza, entonces, la crónica de........





















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