66 muertos y un alcalde que sonríe
Por: Johan Steed Ortiz Fernández
En Neiva, salir de casa se volvió un acto de fe. Uno se despide, pero de antemano debe encomendarse a Dios para regresar. La vida, que debería ser sagrada, se volvió frágil como el cristal: basta una esquina, un semáforo, una noche, un celular, o a veces ningún motivo para que se apague.
El derecho humano más elemental, la vida, lo estamos perdiendo. Y lo más absurdo es que estamos pagando con nuestros impuestos una sobretasa para que supuestamente, estemos más seguros. Más de 3.200 millones de pesos han salido de nuestros bolsillos para la sobretasa a la seguridad, sin embargo, no vemos tranquilidad sino más miedo y entierros. Queda demostrado que este impuesto terminó golpeando los hogares de las familias neivanas y no brindó ninguna solución, porque la seguridad no se improvisa con cobros: se construye atacando el problema estructural con inversión social, educación y seguridad alimentaria.
En nueve meses, 66 neivanos han sido asesinados. Doce eran menores de edad, arrancados de la existencia por la codicia de un ladrón o la furia de un sicario. 55 murieron por arma de fuego: prueba de que aquí no hay control, de que cualquiera anda armado y de que la ciudad entera se ha convertido en un polígono improvisado. No son solo los delincuentes: cada vez más jóvenes cargan un arma como si fuera un accesorio, y lo vimos en un video reciente en un bar del oriente, donde un cruce de disparos terminó con un joven herido.
Septiembre, el mes que debería celebrarse con flores y abrazos, terminó escribiendo su calendario con sangre: siete familias vistieron de luto en apenas treinta días.
Los números no mienten: tenemos un 9 % más homicidios que el año pasado y aún nos faltan tres meses. No avanzamos; retrocedemos. Y en medio de la sangre, la paradoja: la ciudad paga un impuesto de seguridad que nunca quiso, rechazado por el 89 % de la población en estratos 1, 2 y 3,........





















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