Cuando a Don Benigno y a José Gregorio Hernández, se les amargó el café, 1880 / Por Oswaldo Manrique
Cuando la niebla cedía el paso en Escuque, Isnotú y Betijoque, los aromas de los cafetales, se cruzaban en el aire con los que brotaban de las cañas dulces de estos pueblos entre montañas, donde José Gregorio pudo disfrutar desde su niñez, imperecederos recuerdos de paseos por los fascinantes cafetales de la familia. Siempre dispuesto a acompañar a su padre, montados en dóciles bestias, atravesando pantanos y penetrando bosques, en busca de las aventuras de las tierras de cultivo.
En el ciclo de migraciones internas que tuvo el país, durante la segunda mitad del siglo XIX, hubo un hombre desplazado hacia las tierras cordilleranas, que sorprenderá al imprimir una huella elevada e imperecedera en un pequeño pueblo andino: Isnotú, en el estado Trujillo de Venezuela. Su nombre: Benigno María Hernández Manzaneda, quien supo establecerse como productor del campo y comerciante, como buen ciudadano, que, apartando el hecho significativo de ser el padre del Santo José Gregorio Hernández Cisneros, una de sus cualidades principales fue su espíritu emprendedor en un lugar y tiempo sumamente difíciles.
Con Don Benigno, supo José Gregorio cuándo y cómo se iniciaba la siembra; o el tiempo de cosecha donde participa gente del pueblo, y conoció y pudo arrancar de la mata, en fruta y probarlo; o ver el proceso de descerezar el grano, así como, el lento secado en los patios por los peones, y en fin, sacar café. Con su tía María Luisa, que vio por él, a raíz de la muerte de la madre Doña Josefa Antonia Cisneros, pudo aprender el tostarlo y ayudar a molerlo, y seguramente, escuchar y ver la ternura con que ella le explicaba cómo se convierte ese grano oscuro y seco, en una bebida cálida, de rico aroma, que despertaba y ponía de buen humor al que lo toma, y al mismo hogar familiar, donde se sentían orgullosos de su producto. Fue la primaria forma en que José Gregorio, comenzó a sentir interés por el café.
La amplia casa de los Hernández, estaba tan bien ubicada que el frente del negocio “La Gran Parada”, daba con 4 puertas a la Calle Principal, y el fondo llegaba hasta la Segunda Calle de Isnotú. Las familias andinas, siempre son reservadas en el comentario sobre problemas principales, pero en lo interno, se franquean, hablan, comentan y toman decisiones. En 1880, para los cafetaleros, la caída de los precios del producto en el mercado internacional, obligatoriamente los llevaba a conversar, tema obligado por las incidencias y recortes de los gastos domésticos. ¿Qué podía impedir que los hermanos Hernández, con bastantes años de vida, conversaran. Benigno, revisaba unos papeles, sacando cuentas, andaba con el ceño fruncido, mientras su hermana María Luisa, lo observa.
– Hermanito, ¿por qué tenés esa cara? Parecés un limón estrujado. ¿Es por lo de los precios del café? Don Benigno, respira hondo y se quita los anteojos.
– María Luisa, ¿recuerdas aquella vez que te dije que el café eran morocotas molidas? Pues ahora es… ¡cují molido! O peor, ¡cují que tenemos que pagar por sacar de la tierra!
– ¡Pero si el año pasado estábamos tan contentos! Decías que estábamos nadando en café, que tendríamos más cobritos. ¿Qué pasó? ¿Se ahogaron las morocotas en el Mediterráneo? Preguntó su jovial y leal hermana.
Don Benigno pasó la mano por su delgado bigote, piensa unos segundos y le responde:
– Ah, Hermanita… Es que a finales de los setenta, la gente se volvió loca. Pensaron que el mundo entero iba a desayunar café con lingotes, ¡así que todo el mundo se puso a sembrar café!
– ¿Y eso es malo? Más café son más cobres, ¿no? Don Benigno sonríe con su angustia y le explica:
– ¡Eso era lo que esperábamos! Pero hoy, en los depósitos de los países compradores hay tanto café que parece que lo están usando para rellenar almohadas, ¡no para beber! Se sembró tanto que ahora sobra en Brasil y sobra en Colombia. ¡Y para colmo los europeos y norteamericanos no están bebiendo café al ritmo de nuestra producción! María Luisa, es como si se hubieran puesto todos de acuerdo para........© Diario de Los Andes
