Identidad frente a un mundo roto
Soy un fiel creyente de la influencia que tienen las condiciones materiales de vida en todo. Entre otras cosas, sobre cómo pensamos. También tengo clarísimo que estas condiciones materiales no marcan indefectiblemente cómo actuamos, ni cómo nos posicionamos, ni qué intereses defendemos.
Realmente, lo que estoy diciendo en una perogrullada, es tan obvio que se demuestra, por ejemplo, en los resultados electorales año tras año. Ya saben aquello de que si un obrero y un banquero votan al mismo partido, uno de los dos se equivoca… y los banqueros no se suelen equivocar. Pues eso.
¿A dónde pretendo llegar con esta reflexión inicial? Pues a que las transformaciones sociales, los cambios económicos, políticos y culturales a lo largo de la historia humana han tenido mucho que ver con imaginarios, con expectativas proyectadas, con sentir comunes, con identidades colectivas. Dicho mal y pronto: estar jodidas no sirve automáticamente para cambiar un sistema económico, un modelo productivo o un gobierno. Se necesita sentir pertenencia a algo que configure una nueva realidad, que la proyecte, que te permita imaginarla.
Vivimos en un mundo despiadado, estructurado en sociedades que cargan todo el peso sobre las espaldas de la gente común y corriente, y esto hace que mucha de esa gente esté al límite o ya lo haya sobrepasado -para su desgracia-. Uno no tiene más que analizar su realidad más cercana o pararse a hablar con un mínimo de profundidad con cualquier familiar, vecino o compañera de curro. Hace........





















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