Estados Unidos y el centenario de grandes novelas norteamericanas: Cultura...
La historia, la memoria y la cultura son excelentes apoyos cuando de mirar al presente se trata. El conocimiento, ya se sabe, es un poderoso instrumento práctico. Martí lo resumía en su monumental ensayo Nuestra América, con tres palabras: “Conocer es resolver”. Con ese sentido se inició en un escrito previo la reflexión sobre el tema que da título a la continuidad de estas reflexiones.
Como ocurre con otras manifestaciones del arte y la literatura en todas las latitudes, las novelas sobresalientes en Estados Unidos son expresiones gráficas de la realidad social y reflejan los problemas y las circunstancias de determinados períodos históricos. Así, tales obras literarias se verían marcadas a lo largo del devenir norteamericano por los principales estremecimientos económicos, conflictos políticos, fenómenos sociales y cambios tecnológicos que, en el caso que interesa tratar en estas notas, tuvieron lugar en la década de 1920. Según se examinó en el anterior artículo, en ese marco se distinguiría el año 1925, justo a mediados del decenio, como escenario de algunas de las grandes novelas estadounidenses a las que se les pasó breve revista: El Gran Gatsby, Una Tragedia Americana y Manhattan Transfer.
El marco histórico-social era el de la dinamización del capitalismo en ese país, estimulado por, y plasmado en, las transformaciones derivadas del fin de la Guerra Civil, desde los últimos años de la década de 1860, en los que la acelerada industrialización, la construcción de infraestructuras y la aparición del ferrocarril, que conectó de forma vertiginosa las regiones del este y el oeste, el norte y el sur, el océano Atlántico y el Pacífico, junto al barco a vapor, el telégrafo, el teléfono, el aumento de la inmigración, el crecimiento de la clase obrera y la articulación del mundo empresarial y bancario. inauguraron una nueva era, tanto en los transportes por vía terrestre y marítima como en las comunicaciones. Así, en el período de 1890, se prefiguraba el imperialismo, con la culminación del despojo de territorios de los pueblos nativos originarios, la apropiación de enromes extensiones de tierra mexicana, la constitución de los monopolios, el asomo de las primeras crisis, la intervención en la guerra de España, con Cuba y la incorporación de esta isla y la de Puerto Rico a su sistema de dominación en el Caribe, en plena antesala del siglo XX.
En buena parte de la literatura de la época, si bien se daba cuenta de procesos reales, conllevaba, se ponía de manifiesto a la vez una mirada sesgada, portadora de unilateral optimismo y de frivolidad, que desconocía la otra cara de la moneda. Precisamente, la virtud de obras como las tres que se han citado, radicaba en que arrojaban luz sobre esa otra cara, expresando un cierto tono de desilusión y desencanto, que echaba por tierra el mito del “Sueño Americano”. Con ellas se tomaba nota del carácter profundamente contradictorio de la sociedad norteamericana en ese período, cuya complejidad desborda la visión, en muchos casos, bastante esquemática, con la que se presentaba en otras novelas, y también en algunos textos histórico-divulgativos, que propiciaban imágenes edulcoradas de los “alegres años veinte”, omitiendo matices necesarios, para una cabal e integral comprensión de la realidad económica, social, política e ideológica de ese importante decenio en el proceso de consolidación capitalista en Estados Unidos.
De ahí la conveniencia de prestar atención hoy, cien años después, a los problemas que se abordaba en las obras citadas y, en sentido más amplio, al decenio de 1920 en su conjunto, que terminó con la sensación desoladora que acompañó a la crisis iniciada en 1929 y que se prolongaría hasta mediados de la década siguiente. Cuando se mira a los años de 2020, en los que Estados Unidos se estremece entre múltiples contradicciones, alejada de sus mitos fundacionales en torno a la democracia liberal burguesa y aflora una espiral de extrema derecha con rasgos fascistas, podría........
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