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OPINIÓN: Mis años de rockero

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13.03.2025

Yo tenía ocho años cuando apareció uno de los álbumes emblemáticos del siglo XX: Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band (1967) de Los Beatles, así que no puedo considerarme parte de aquella generación, pero cuatro o cinco años después —ya desintegrada la banda, e iniciado el mito—, era un adolescente de la Secundaria Básica Guido Fuentes, en el Vedado, que junto a sus amigos de aula escuchaba discos de vinilo o grabaciones de cinta traídos “de afuera” por algún padre complaciente. El tiempo en la primera adolescencia es lento, viscoso, así que nos sobraba para sentarnos en el piso, y disfrutar de aquella música —que ensordecía e irritaba a “las personas mayores”— al máximo volumen. Para qué contar lo que todos los adolescentes saben: imitábamos con las manos el supuesto golpear del baterista y los alardosos punteos de la guitarra “líder”. No eran solo los Beatles, estaban los Rolling Stones, pero más a mi gusto de entonces —un gusto conformado por padres que compraban en tiendas del extranjero, en cortas visitas de trabajo, lo que los vendedores sugerían, y por grupos “no oficiales” de rock que pululaban en la ciudad—, se ajustaban Led Zeppelin, Chicago, Santana, Sangre, sudor y lágrimas (Blood, Sweat&Tears), Aguas claras (Creedence clearwater revival), Deep Purple, Simon y Garfunkel y alguna que otra banda o combo asociados por lo general a una o dos piezas de éxito, como Iron Butterfly y aquella interminable canción llamada “In a gadda da vida” (1968). Para mis padres, pertenecientes a una generación inmediata anterior al boom rockero de los 60 y 70, aquella música era escandalosa. Hoy, muchas de esas canciones —y no hablo de los Beatles, cuya obra ha sido interpretada por orquestas sinfónicas— son acogidas en versiones instrumentales completamente despojadas de la rebeldía iniciática, por Radio Enciclopedia.

Por algún extraño designio compensatorio se difundían en la radio cubana los más banales grupos y cantantes españoles —espacios radiales como Nocturno o Sorpresa nos los colaron, irremediablemente, en la memoria afectiva—, algunos mejores, otros infames. El segundo de esos programas fue más selectivo. En ellas también aparecía la música de Serrat, cuyas letras enormes, hermosas —algunas de poetas fundamentales como Machado y Hernández—, acostumbrados como estábamos a las vacías, volátiles, de otras agrupaciones de moda, parecían desbordar la melodía. La Massiel —dándole voz a Aute—........

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