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Lágrimas de aire

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28.08.2025

“Amo a mi amo. / Recojo leña para encender su fuego cotidiano. / Amo sus ojos claros. / Mansa cual un cordero / esparzo gotas de miel por sus orejas. / Amo sus manos / que me depositaron sobre un lecho de hierbas (…) Amo sus pies que piratearon y rodaron / por tierras ajenas”.

La primera vez que escuché este fragmento inicial del poema “Amo a mi amo” en la voz serena, invocadora, de su propia autora, agucé el oído, sentí que me hundía en arenas movedizas, que vivía acaso un “suspens lírico”. ¿Por qué trillos desconocidos me empujada la poeta? Y anclé mi mirada en su mirada, mis ojos en sus ojos, adiviné el ancestro estremecido, tembloroso, ante esta chica que confesaba algo tremendo, algo que adquiere en este libro una eufonía distinta en la lengua de Shakespeare, una encarnadura semiótica, otro espesor: “I love my master”, según la traducción de David Frye.

Luego, hilando las palabras, cuando sobrevino el final, mi cabeza rodó:

“Amo a mi amo pero todas las noches, / cuando atravieso la vereda florida hacia el cañaveral / donde a hurtadillas hemos hecho el amor, / me veo cuchillo en mano, desollándolo como a una res sin culpa. / Ensordecedores toques de tambor ya no me dejan / oír ni sus quebrantos, ni sus quejas. / Las campanas me........

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