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Astros que se deshacen como volutas de humo

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18.09.2025

Manuel de Jesús Escuela Prieto llegó a La Habana el 2 de enero de 1902 procedente de Islas Canarias. Había viajado como pasajero del vapor Catalina y a su desembarco en Cuba trabajó brevemente en un establecimiento comercial en la capital. Con 16 años, estaba obligado a buscarse un sustento, así que decidió trasladarse a Vega Alta en la provincia de Las Villas, en cuyos sembrados de tabaco encontró refugio, empleo y, a la vez, un sentido. Fue allí, a las orillas de un riachuelo donde conoció a su novia, con la cual en 1919 contrajo matrimonio. Poco a poco, salieron juntos de deudas y penurias. Cuenta la leyenda familiar que el último de los débitos fue pagado a partir de un campo que Manuel aró con sus propias manos. Esa misma noche, ambos partieron para la villa de Remedios, pero el tabaco había transformado para siempre al muchacho emigrante, dotándolo de independencia económica y de arraigo en el nuevo país.

Su historia es como la de tantos otros isleños que siguieron la tradición labriega de las tierras canarias y trasplantaron el espíritu de sacrificio para Cuba. Manuel, además, estaba entrando en la edad del servicio militar español y sus padres Luis Escuela Facundo y María Prieto Magaldo eran personas humildes que no podían evitarle al muchacho ese trance de terror y probable muerte. Las clases acomodadas podían eludir el servicio mediante dos fórmulas legales. La primera era la sustitución o sea enviar a otra persona en el lugar de la que corresponde. La otra consistía en la redención: se pagaba una cuota y no eras reclutado. La guerra del Rif, que estaba a punto de estallar, tenía antecedentes terribles a lo largo del siglo XIX. Marruecos era un protectorado español que servía de consuelo a un extinto imperio que fuera humillado en 1898 cuando perdió Cuba, Filipinas, Guam y Puerto Rico. Si bien los españoles habían ganado una guerra anterior a los marroquíes, el momento era otro y el ejército, compuesto por muchachos inexpertos y llevados por la fuerza, recibiría el peso de la tragedia. Cuando eso sucedía, por fortuna, Manuel estaba a salvo entre las vegas de tabaco en Cuba. El olor de las hojas y el rumor del río debieron parecerle paradisiacos en comparación con las noticias que le llegaban de sus amigos del pueblo natal de Agulo de la Gomera puestos en los riscos, las montañas de arena y los pedregales de Marruecos, donde las tribus rebeldes tenían toda estrategia de su parte.

Herida por lo que se conoció en la historiografía como “El desastre del 98”, España estaba sacrificando a los hijos de las clases menos pudientes en una guerra cuyo objetivo era rescatar la autoestima imperial y mantener el dominio sobre un territorio desértico habitado por gente que no hacía caso ni al sultán ni a las tropas coloniales. Manuel escapaba de esa manera al error de los políticos de su país. El tabaco, como un Prometeo surgido de las entrañas de América, le dio la posibilidad de vivir y avanzar, de zafarse de las ataduras del destino. Era el humo de los puros cubanos lo que desde hacía siglos les dada esa libertad a los pequeños labriegos, a los hombres de trabajo que se negaban a aceptar un horizonte impuesto o una fatalidad por muy pobres que fueran en su origen.

( Ray Saavedra Otaño / Cubahora)

A veces en las noches, Manuel se paraba delante de la ventana de su cuarto y, mientras sus hijos y esposa dormían, evocaba el silbido tradicional de las montañas y colinas de La Gomera. La melodía, entre oscura y simple, viajaba kilómetros, se adentraba en los paisajes que él no volvió a ver, caminaba por las calles adoquinadas de Agulo, tocaba a la puerta de su parroquia y preguntaba por el padre Elías Santos Lorenzo, quien lo bautizara allí mismo el día 31 de mayo de 1885. El tiempo había volado y aún recordaría las enfermedades y el estado precario de los puestos médicos en aquellas islas, el nulo futuro, la amenaza del reclutamiento. A pocos metros, junto a la ventana de la vivienda cubana, una vega estaba en todo su esplendor como un recordatorio vivo de salvación y de tristeza. Demoraría hasta 1950 para........

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