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‘Obascal’

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Estoy segura de que el 29 de junio de 1934 Ernst Röhm se levantó de su cama convencido, un día más, de que era el rey del mundo. No era para menos: después de Hitler era el tipo con más poder de la Alemania del III Reich. A su cargo estaban las SA, un ejército de tres millones de camisas pardas fieles a Röhm, que pretendía además absorber al Ejército alemán y poner así bajo sus órdenes a los viejos generales. Tal era el poder de Röhm que hasta se permitía hacer chistes sobre el Führer y sacar a relucir su Cruz de Hierro y sus galones para que el todopoderoso líder del Reich no se olvidase nunca de que, en el fondo, no era más que un pequeño e insignificante cabo. Borracho de poder y arrogancia, Röhm se olvidó de la regla número uno del NSDAP: que el partido no era más que una jaula de traidores, trepas sin escrúpulos y señores bastante rencorosos dispuestos a apuñalarse por la espalda y mancharse las lustrosas botas de sus elegantes uniformes con la sangre de sus compañeros con tal de escalar hacia la cumbre. Así que mientras Röhm contemplaba el mundo desde la cima, ciego a lo que se le avecinaba, Göring, Himmler y Heydrich, con la aquiescencia de un Hitler temeroso del poder de las SA y harto de que su amigo del alma le llamara “cabo” delante de sus generales, andaban planeando su........

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