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Cuatreros de Salamanca

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24.11.2024

El séptimo reza así: no robarás. Ni caso. El mundo está lleno de cacos, manilargos, rateros y mangantes. Los hay de todo tipo y condición. Entre la tropa de a pie encontramos roba gallinas, carteristas y aluniceros. Un poco más arriba en la cadena trófica habitan atracadores, butroneros y artistas de la lanza térmica. Sin mono de trabajo y con guantes blancos, encontramos timadores y estafadores de postín. Por encima de ellos entramos en territorio de política y banca, donde abundan usureros en serie, traficantes de influencias y expoliadores de lo público. En la cúspide de este fraude piramidal que llamamos sociedad de mercado, nadan los peces gordos de tanto comer peces chicos: CEO’s de fondos de inversión y líderes de masas. En este país tenemos un punto todavía más alto: los Grandes de España. El Marqués de Salamanca fue uno de ellos, y bien que se notaba.

José María de Salamanca y Mayol (Málaga, 1811) ostenta en los diccionarios un batiburrillo de títulos: aristócrata, estadista, hombre de negocios, diputado… Todos estos parabienes le venían por ser hombre de confianza de María Cristina de Borbón y de su hija, Isabel II. Con estos enchufes, pudo hacer varias fortunas estafando con bancos sufragados por sus patrocinadoras, haciendo operaciones ventajosas con la Deuda Pública, y comerciando con bienes esenciales como la sal. Como hombre moderno que era, vio que el nuevo juguete de los trenes iba a dar mucho de sí, y allí cimentó otro de sus pelotazos. Algo manirroto y siempre al borde de la legalidad, don José María tuvo que exiliarse en repetidas ocasiones perseguido por la justicia. No pasa nada. Su última estafa fue inmobiliaria: conseguir los derechos para la ampliación de Madrid que hoy conocemos como barrio de Salamanca. Ahí se arruinó. Para compensarle, los vecinos de Madrid le dedicaron una plaza.

La Plaza de Salamanca está en la confluencia de las calles Ortega y Gasset (Lista) y Príncipe de Vergara. Marca una linde entre la zona bien-bien del barrio y la menos bien. Siguiendo Lista hacia Francisco Silvela, la parte más menesterosa. De la plaza hacia Serrano, la “milla de oro”. Cuando era un niño chico iba allí a jugar a esa plaza. Sí, ya sé que parece mentira, pero es que entonces no tenía humos de autopista. Era accesible desde la acera, tenía suelo de tierra, docenas de pinos y plátanos, columpios, bancos y un kiosco de helados y horchatas. En medio de esa plaza pensada para el disfrute de la gente, ya estaba la estatua del Marqués........

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