No podemos (ni queremos) ser esposas tradicionales I
Recientemente llegó a España la discusión sobre las tradwives –esposas tradicionales– a cuenta de una influencer de voz dulce, Roro, que cocina para su novio elaboradas preparaciones. Aunque, para ser justas, tampoco alaba en sus discursos la posición de ama de casa. Igual cocina unas croquetas, se maquilla o cose un vestido, que monta un ordenador, hace dominadas en un gimnasio o estudia. Pero más allá de la polémica concreta, en España no ha prendido realmente el movimiento tradwife. Distinto es el ámbito anglosajón, donde ha surgido como fenómeno cultural –fundamentalmente en internet–, aunque es difícil evaluar su impacto.
Las mujeres que integran este movimiento hacen apología de la forma de vida de las amas de casa de clase media estadounidenses de los años cincuenta y sesenta: la dedicación a las tareas domésticas y los niños con la sonrisa siempre a punto, un atuendo impecable y, por supuesto, la subordinación a sus maridos. Ese era el imaginario imperante cuando Betty Friedan escribió La mística de la feminidad, un bestseller de la época donde describió “el malestar que no tiene nombre”: la insatisfacción generalizada y opresiva que muchas de esas mujeres sentían a pesar de vivir en buenas condiciones materiales –la falta de sentido, el vacío, el aburrimiento, la expulsión del ámbito público, la sensación de que podían ser desechadas en cualquier momento y no les quedaría nada, o que los niños crecerían y perderían su razón de ser…–.
Hay organizaciones internacionales ultraconservadoras que defienden la maternidad y la dedicación exclusiva a la familia
Hoy, al calor de las nuevas oleadas neoconservadoras, quienes reivindican esa posición dicen “haber sido engañadas por el feminismo”, que “el trabajo asalariado no les proporciona felicidad” o que les parece imposible tener que compaginarlo con las tareas domésticas –la famosa doble jornada–.........
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