La internacional antigénero I: soberanistas en un mundo global
Las guerras de género se han globalizado y son impulsadas por un poderoso movimiento social, político y religioso de carácter transnacional. Con “guerras de género” hacemos referencia aquí a los conflictos políticos y culturales que están centrados en cuestiones de género y sexualidad –temas como los derechos sexuales y reproductivos, los derechos de las disidencias sexuales, la educación sexual o la violencia de género, entre otros–. Por supuesto, estas batallas no son meras cortinas de humo, sino que son inherentes a la lucha por el poder y a los intereses de los proyectos políticos que los impulsan que, en definitiva, son funcionales a una relegitimación de las jerarquías de clase, género y raza.
Una nueva ola de activismo ultraconservador global ha establecido el “género” como un frente de batalla definitivo. El movimiento “antigénero” es lo suficientemente flexible como para incorporar una variedad de objetivos, pero lo suficientemente coherente como para ser un movimiento y no solo una serie de campañas sin relación. Aunque en muchos lugares puede vestirse con los ropajes de la oposición al neoliberalismo y en otros, abrazarlo plenamente.
¿Quiénes son los actores que se coordinan?
El universalismo que propugna la identificación colectiva cristiana se ha demostrado un recurso útil para la transnacionalización
Los agentes internacionales que impulsan estas guerras de género son muy diversos. Por un lado, tienen un papel destacado las instituciones religiosas. La derecha cristiana internacional es en realidad la más productiva respecto de la movilización de recursos, sus redes organizativas, la construcción de identidad y la producción cultural del movimiento. En este sentido, los actores religiosos funcionan plenamente como cualquier otra organización política. Aquí podemos incluir a iglesias y clérigos, comunidades laicas de activistas, así como centros de investigación, universidades y ONG transnacionales que dicen basarse en la fe.
El universalismo que propugna la identificación colectiva cristiana se ha demostrado un recurso útil para la transnacionalización. La Iglesia católica, por ejemplo, tiene gran influencia en varias zonas del globo gracias a su estructura centralizada, aunque también dispone de sus propias organizaciones que superan lo nacional –y que son religiosas y seglares–: Opus Dei, Kikos, Legionarios de Cristo, organizaciones antiabortistas, redes universitarias propias, etc. Las iglesias ortodoxas en Europa del Este por su parte basan su incidencia política y social básicamente en su estrecha relación con los Estados –donde gobiernan opciones ultras–, algo muy evidente en el patriarcado de Moscú.
En las últimas décadas, también hemos asistido al crecimiento del poder del evangelismo, sobre todo del estadounidense –con fuertes vínculos políticos con la derecha republicana e........
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