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El entrañable infierno de S. King

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03.12.2024

“El infierno son los otros”, dijo famosamente Jean Paul Sartre. Y no habrá frase que ilustre mejor la narcisista visión que solemos tener del mundo: el mal, el error, siempre es de los otros, es los otros (pues Yo, cordero de Dios, soy quien limpia el pecado del mundo). Pero tal cumbre filosófica nos lleva a una conclusión muy sencilla: si todos somos el infierno para los otros, entonces es que todos azuzamos algo esa caldera.

Otra sentencia memorable: “Quizá te hayas fijado en que el vecino, cuando cree que no lo ve nadie, se mete el dedo en la nariz”. Ésta no es de Sartre ni de Kant, sino del picapedrero de la tecla mundialmente conocido como Stephen King (Portland, EEUU; 1947). Un señor normal, de a pie, sin más filosofías que contar cuentos y que la gente los lea; un norteamericano medio sin más ambiciones que vivir tranquilo haciendo lo que le gusta, pero cuya exploración de los sótanos más tétricos de la psique humana le hacen resultar cuanto menos sospechoso: como si supiera del infierno más que el Dante. (Esa nariz achatada, extraterrestre, y esos ojos de conejillo perverso tras las gafas no ayudan a calmar tal impresión en absoluto).

“¿Pero qué tendrá ese tío en la cabeza?”, se pregunta uno al comprobar por enésima vez que el guion o el argumento de la película de terror (de verdadero terror, no de bromita de Halloween) que acaba de ver va firmado por el sujeto de marras. Suele uno acordarse de él luego, con maneras más bruscas, al tantear a oscuras el puñetero interruptor del pasillo.

Encender la luz es lo que toca después de la película o de la novela, de la prueba a oscuras del laberinto. Es cuando respiramos aliviados al fin; tal y como hacemos una vez acaban la pesadillas que nos asedian en esto que llaman vida “real”. En ambos casos no suele haber escapatoria: el pacto (el de la ficción y el de la realidad) implica que el protagonista descienda hasta las calderas del pánico, hasta las mismas fauces afiladas del averno, si de verdad quiere salvarse. Si no quiere que la bestia vuelva a visitarle en una secuela inesperada muchos años después. Hay que confrontar al demonio –entender su origen, naturaleza y sufrimiento– si uno quiere conjurarlo: el infierno va con nosotros, es también nosotros, y el payaso siniestro de las alcantarillas no es más que el yo maldito al que no queremos ver y por eso sepultamos hace mucho; porque desfiguraba nuestra imagen idílica en el espejo.

Este señor tan normal que escribe cosas tan paranormales no es –como esos ojillos perversos pueden hacer creer– uno de los malos de sus relatos. Más bien al contrario. Si bien tuvo “una infancia muy rara, con una madre soltera que al principio viajaba mucho, y que durante una temporada quizá nos dejara a mi hermano y a mí al cuidado de una hermana suya porque no estaba en situación anímica de ocuparse de nosotros. Otra posibilidad es que sólo lo hiciera para perseguir a mi padre”. El padre, en este caso, sí se da un aire a ese pariente maldito y desterrado del cuadro, porque desapareció un día, teniendo él dos años,........

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