menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Bécquer: el balcón del ángel; los ojos del abismo

7 1
yesterday

En el principio era el Balcón. Porque tal hallazgo arquitectónico no es patrimonio exclusivo de Montescos y Capuletos. Un balcón es un lugar físico, un otero que abre puertas desde la intimidad del hogar al trasiego universal del mundo; por eso mismo es también un símbolo en el secreto idioma de los lunáticos –adj.: adictos a la luna–. Esos que han deambulado siempre mirando hacia arriba, de día o de noche; a punto siempre de vislumbrar un ángel en pleno vuelo y a punto siempre, por las mismas, de estamparse la cara contra una señal de tráfico (basado esto en rigurosos hechos reales). 

Da igual: hay que seguir alzando los ojos a los balcones del mediodía, del crepúsculo y de la madrugada, porque nunca se sabe Cuándo.

En el Madrid del siglo XIX los balcones daban mucho más a la calle, y la calle entraba mucho más por ellos. Fue, según todos los indicios, en algún momento del verano o el otoño de 1858, durante uno de sus paseos tras una convalecencia, y acompañado de su amigo Julio Nombela, cuando, al penetrar en la calle de la Justa (hoy calle Libreros), el jovencísimo escritor sevillano Gustavo Adolfo Bécquer, 22 años entonces, vislumbró en un balcón a un ángel equívoco de dos rostros. Un animal mitológico mitad balcón, mitad mujer –mitad ángel partido por la mitad–. Aunque también pudieran ser dos muchachas, hermanas entre sí. 

Ahí está la imagen; el encuentro que nadie sabe Cuándo puede ocurrir. Y lo demás es, literal y literariamente, leyenda. 

El investigador Rafael Montesinos consignaba hace décadas (en la edición de Rimas de la editorial Cátedra): “Para todo biógrafo de Bécquer es muy difícil poner en orden su corazón”; en el sentido de hacer inventario de su currículum sentimental, o conocer lo incognoscible. Y añadía –de forma un poco temeraria–: “Lo que importa es el nombre de mujer que perdura en la vida de un poeta, y Bécquer no lo tuvo. (…) No hay un nombre de mujer que le acompañe (sí amores y enamoramientos fugaces, aparte de la tragedia conyugal)”. 

Los nombres de esas muchachas del balcón eran Julia y Josefina Espín –hijas del compositor Joaquín Espín Guillén–. La primera es quien ha quedado para la historia como gran musa de manual del autor, cuando la realidad es que la relación de Bécquer con ambas queda cercada por la pura niebla del monte de las ánimas. Algunas cosas que sí pueden saberse con cierta solidez, por ser testimonio escrito de su amigo Nombela, es que Bécquer creyó ver en Julia, al menos en aquel primer fogonazo –uno o dos pisos por debajo de su aura–, “la encarnación de la Ofelia y la Julieta de Shakespeare, la Carlota de Goethe y sobre todo la mujer ideal de las leyendas que bullían en su mente”. Pero, siempre según Nombela –la realidad suele superar a los manuales románticos–, Bécquer no quiso conocer a Julia, por no arriesgarse a que la imagen que había erigido acabara hecha trizas. Finalmente, el encuentro se acabó dando por mediación de un amigo periodista, Ramón Rodríguez Correa, quien llevó a Gustavo........

© CTXT


Get it on Google Play