“Nacimos para escucharnos contar cuentos”
“Va. Si vive, va”. Eso es lo que Manuel Rivas (A Coruña, 1957) escribió como dedicatoria en un libro, hace más de dos décadas, a cierto post-adolescente dislocado. Si vive, va. Porque si algo late y tiembla todavía, a pesar de los derrumbes, es que aún puede remontar el vuelo. Como una de las luciérnagas de su poesía. Como sus poemas y sus cuentos y sus artículos: faroles súbitos que prenden el camino en la noche del bosque. Quizá no haya hecho otra cosa a lo largo de su vida y de su obra; insuflar luz a las palabras para guiar a los nómadas en su desamparo, unas veces. Otras, para perturbar el sueño de los señores del castillo tal y como soñaba César Vallejo: poniendo “un pajarillo al malvado en plena nuca”.
La rebelión que invoca Manuel Rivas consiste en desarmar al enemigo abrazándolo con la voz de niebla de las leyendas. “Vínculo del desamparo”. “Ecología de las palabras”. El escritor y periodista gallego ha reunido varias de sus narraciones más telúricas en un solo volumen, Tierra oculta (Alfaguara, 2023). Un motivo tan bueno como otro para hablar con él. En la distancia, pero sin distancias. La pantalla es el lar; la conversación, la hoguera. El periodista es aprendiz de aquel que escuchaba enhebrar cuentos al doctor Da Barca en El lápiz del carpintero. Rivas, un druida que hablase para mecer la furiosa tempestad del ruido (bélico, político y mediático) que muerde afuera como un aire de lobo. Mientras tanto, y como en aquel poema suyo,
el Tiempo se cobija junto al fuego,
cierra los ojos
y sueña que pasó.
Si le digo hoy: Va. Si vive, va, ¿qué me dice?
Te diría que entiendo la vida como una continua re-existencia, en un doble sentido. Veo la vida y la muerte como un ciclo, y no me molesta hablar de una cierta visión transcendental, que no religiosa. Por otra parte, re-existencia contiene la resistencia: estamos existiendo y re-existiendo. Eso es lo que me dice el “Va”. Hay una palabra que se puso bastante de moda en el trascendentalismo, que es resiliencia. Pero cuando me enteré de que el Banco Mundial la usaba más de treinta veces en su último informe… [se ríe].
El poder siempre tiende a pervertir el lenguaje. Algo a lo que usted está muy atento: cómo ciertas palabras pierden su sentido original por un uso fraudulento e interesado.
Tanto a la hora de hacer periodismo como literatura trabajamos con las palabras y lo que tienen en común siempre es eso que ahora llaman “batalla cultural”. El intento de control de las mentes. Igual que hablamos de una emergencia climática, creo que también podríamos hablar de una emergencia ecológica referida al lenguaje. Las palabras forman parte del medio ambiente; están sometidas a sustracción y poda. Esa apropiación del lenguaje que dices: se las secuestra y se les sustrae el sentido. Queda el caparazón y se mueven como clones o zombis. Seres de caza disecados. Pero es muy difícil manipularlas. Con la situación que estamos viviendo de guerra en Oriente Medio y Ucrania, pensaba estos días en cómo hay reticencia a la palabra paz, incluso en el mundo diplomático. Parece que pedir la paz te coloca en un bando automáticamente. Pero hay dolores a los que como persona no puedes dar consentimiento. Es algo que va al núcleo del corazón perdido de las cosas. Quizá no puedes cambiarlo, pero hay algo fundamental: no dar consentimiento. Hablábamos de resistencias: no dar consentimiento a la injusticia que te golpea. Las protestas fueron decisivas en la guerra de Vietnam, hasta el punto de que hubo una reunión en 1975 de la Comisión Trilateral, que era como la gran internacional del capitalismo, donde concluyeron que el problema había estado en “un exceso de democracia”, porque las protestas habían llegado........
© CTXT
visit website