La gestión insostenible del agua pasa factura
Parece un lugar común decir que el agua es básica para la vida, que es escasa y que debemos hacer un buen uso de ella. Es una de esas afirmaciones que concitan amplios consensos a condición de que no concretemos de qué vida hablamos, por qué es escasa y que significa usarla bien. Cuando hablamos, por ejemplo, de que toda persona por el hecho de serlo tiene que tener garantizado el acceso al agua como derecho humano, que el agua es también para otros seres vivos, que parte de la escasez del agua es construida y que uso eficiente no es sinónimo de buen uso, afloran visiones y perspectivas muy diferentes acerca de cuáles son los principales problemas, sus causas y sus soluciones.
Empecemos por una obviedad: ninguna situación compleja tiene una solución sencilla y la del agua y sus usos resulta especialmente compleja por su naturaleza múltiple: constituyente de cualquier ser vivo pero también recurso para las actividades productivas; derecho humano y, a la vez, bien económico sujeto a precios; base de los ecosistemas que nos rodean a una escala local y también parte de la hidrosfera y del sistema climático a escala planetaria. Añadamos a lo anterior que la propia expresión del agua es también múltiple y dificulta percibir que aguas dulces (ríos, manantiales) y salobres o saladas (deltas, zonas costeras), superficiales y subterráneas y en su fase terrestre o atmosférica, son todas una misma agua o, por ser más precisos, forman parte del ciclo hidrológico, tal y como aprendimos en la escuela.
Perduran visiones que entienden el agua de forma unidimensional, básicamente como recurso para las actividades productivas
Abordar esta complejidad requiere una perspectiva integral en el análisis y gestión de los problemas, sus causas y sus posibles soluciones. Sin embargo esta perspectiva integral encuentra una especial resistencia en España, donde perduran visiones que emanan del paradigma hidráulico que dio forma a la política del agua en España a lo largo del siglo XX. Este paradigma entiende el agua, más allá de las necesidades domésticas, de forma bastante unidimensional, básicamente como recurso para las actividades productivas (principalmente regadío y energía hidroeléctrica). El objetivo entonces de la planificación y gestión del agua era –y en parte sigue siendo– suministrarla allí donde las actividades socioeconómicas la demandan, como un buen fontanero.
Esta visión profundamente mutilada del agua y sus funciones no ha salido gratis. Las consecuencias, hasta hace unas décadas más o menos ocultas, afloran ahora de forma cada vez más clara y nos afectan de forma muy directa. Realicemos un rápido repaso a estos problemas del agua, sus causas y por qué importan.
De acuerdo con datos del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITERD), casi la mitad (el 44%) de nuestras masas de agua superficiales y subterráneas, incluyendo aguas de transición (deltas, estuarios) y costeras (litorales), están en mal estado, principalmente por sobreexplotación, contaminación y alteración de cauces. Siendo esto grave, lo peor es que, tras tres ciclos de planificación hidrológica en la que se supone que se han aplicado medidas para alcanzar el buen estado en todas las masas, la situación no ha mejorado y, de hecho, algunos datos apuntan más bien a su empeoramiento. Por ejemplo, en las doce demarcaciones hidrológicas intercomunitarias (compartidas entre varias comunidades autónomas), el número de masas subterráneas que no alcanzan el buen estado ha pasado del 37,3% al 40,4% entre el segundo y el tercer ciclo.
En muchas zonas el........
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