Ante la crispación, ¿qué hacer?
Ya sabemos que el PP tiene no un mal perder, sino un malísimo perder. Eso no es nuevo. En los últimos veinte años se ha repetido el cliché de no aceptar, ni con ni sin elegancia, los resultados electorales. Ello conduce a algo grave en democracia: cuestionar la legitimidad del gobierno resultante. ¿Es esto talante democrático?
De ahí el modo que tienen de ejercer la oposición. La exageración de argumentos y las críticas exacerbadas no son malas por sí mismas. La lucha política es, con frecuencia, dura, y aunque a veces se digan barbaridades o mentiras y el perjudicado se rebele, con razón, hay límites fundamentales que no se deben traspasar ni por quien inicia esa deriva lamentable, ni tampoco por quien replica.
Me refiero a los ataques personales, a los insultos particularmente gruesos, a las cargas llenas de furibundo odio y maldad e, incluso, a la extensión a personas vinculadas a los políticos por parentesco cuando no hay nada más que bulos. Las difamaciones son frecuentes. Fue al principio de su andadura cuando el Tribunal Constitucional consagró un todo vale en la contienda política a pesar de que la Constitución expresa que “se garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen”.
En este caso, a diferencia de otros, no se utiliza como sujeto el ‘todos’, por lo que parecería –que no es así– que ‘algunos’ no tienen derecho al honor si reciben ofensas gravísimas. En cambio alguna persona del famoseo ha conseguido de los jueces indemnizaciones altísimas e incluso penas de prisión a quienes encargaron alguna foto robada en topless.
Los que piensan en dedicarse a la........
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