Utopía vegetal. De la impotencia a lo posible
APARICIÓN: Macbeth no podrá ser vencido hasta el día en que el gran bosque de Birnam por la alta colina de Dunsinane no avance contra él.
MACBETH: Eso jamás ocurrirá. ¿Quién podría movilizar un bosque?
Shakespeare
Una idea insiste a lo largo del libro póstumo de Mark Fisher, Deseo postcapitalista, que recoge sus últimas clases en la universidad y acaba de ser publicado en castellano por la editorial Caja Negra: el problema político principal de nuestra época es el sentimiento de impotencia. La sensación generalizada de que un cambio cualitativo es imposible. De que nada de lo que se haga podrá modificar sustancialmente el estado de cosas. De que no hay salida.
Otras generaciones vivieron durante los últimos dos siglos con la idea de revolución, de que el asalto a los cielos era posible (incluso ineluctable), de que el nuevo mundo se podía tocar con la yema de los dedos. Hoy, por el contrario, la convicción más honda, no sólo mental sino física, alojada en el cuerpo, es el “realismo capitalista”: lo que hay es lo que hay y lo único que puede haber. Moriremos sin haber visto siquiera entreabierta la puerta de un cambio cualitativo positivo; son mucho más probables la catástrofe y el fin del mundo.
También las ideas críticas están impregnadas de impotencia (y a su vez la contagian): la expectativa en un colapso redentor y purificador, la melancolía de izquierdas por lo que fue y ya no es, la tentación rojiparda del conservadurismo cultural. En todos los casos, el futuro, la idea de que la acción colectiva puede abrir un futuro distinto, la esperanza de que aún no hemos visto lo mejor, parece devaluada y cancelada.
Fisher habla de “castillo de vampiros” para describir los comportamientos de la izquierda en las redes virtuales: una cultura política de la opinión soberbia, la acusación purista, la culpabilización permanente. Como si sentir culpa y hacérsela sentir a otros (por razones de clase, de género, de raza, de forma de vida) fuese una potencia de transformación, cuando sabemos al menos desde Nietzsche que la culpa fustiga y se fustiga (ese es su goce) pero en el fondo no quiere cambiar nada.
¿Cómo explicar que la impotencia sea el fondo anímico de nuestra época? Para Fisher es una cuestión de deseo. Toda la energía libidinal está hoy capturada por el mercado. Entre la amenaza de naufragio en la precariedad y la carrera permanente por mantenerse a flote, entre el yo narcisista, los objetos de consumo y las tecnologías que median entre ellos.
La vida misma se ha vuelto mercado. Y la experiencia de esa vida hecha mercado es la escasez: siempre estamos en déficit y en falta, sin tiempo, sin recursos, sin atención, sin lazos, sin complicidades, sin capacidades, corriendo detrás de algo que nunca llega. Nunca hay, nunca tenemos suficiente, nunca se puede.
“Si el deseo está monopolizado por el capital, entonces… eso es todo, ¿no? Los cambios que necesitamos simplemente no van a producirse”, dice Fisher. ¿Dónde se rompe el continuo entre vida y mercado? ¿En qué experiencia corporal y sensible........
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