Una solución de plata para la industria que empolla los huevos de oro
¿Se imaginan el país sin turismo? Yo tampoco. El debate abierto en las zonas más saturadas de visitantes y más dependientes de su consumo no llevará la sangre hasta el río, porque cada iniciativa en tal sentido tendrá su contrapeso. Algo parecido a lo que ocurre ahora, cuando se extiende el enojo de los nativos a varios puntos del país a la vez que el Gobierno y la industria celebran la llegada nunca vista de tantos turistas, el récord de dinero que gastan aquí y la caliente campaña de turismo interior que ha arrancado la semana pasada. Pero una fuente de riqueza no puede provocar pobreza en forma de escasez y carestía de la vivienda, precariedad laboral, déficit en servicios sanitarios, dificultades de movilidad por saturación física o restricciones en servicios básicos. Algo habrá que hacer, y pistas hay muchas.
Llevamos varios años oyendo reclamaciones de cambios en el modelo turístico para no morir de éxito, pero cada año nos aferramos al éxito de muerte que supone romper todos los registros. En todo caso, nunca hasta ahora había aflorado tanto resentimiento por la masificación y el monocultivo industrial de algunas zonas turísticas, con manifestaciones masivas reclamando control en Canarias, en Barcelona, en Baleares o en Málaga el último fin de semana. Otros destinos antes que los españoles ya habían alertado de los riesgos de la masificación desmedida con más justificación que la española y sin haber encontrado todavía soluciones definitivas. El paradigma es Venecia, agobiada por su propia naturaleza semisumergida y por la insaciable curiosidad de quien quiere ver su arquitectura única flotando en la laguna.
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