La ley y el deseo: Las manos que mecen la cuna de Fidel Castro
Por Alina Bárbara López Hernández*
La tendencia de los cubanos al caudillismo no se debe al socialismo, aunque con este se haya situado en elevadísimas cotas.
El culto a la personalidad de Fidel Castro tampoco requirió de mucho tiempo para establecerse. Baste leer el prólogo de Luis Conte Agüero a las Cartas del presidio, publicadas en el propio año 1959, y en el cual se lo esboza en la categoría de un héroe con rasgos cuasi milagrosos.
“Corazón latidor, puño cerrado, voluntad de historia. Flor y fusil, pan y espíritu, leche y lanza, tierra y sueño. De estas rejas sale el combatiente a liberar su pueblo y a asombrar a la América”, escribe Conte Agüero en un libro que anticipaba tempranamente una biografía del líder.
El poema “Canto a Fidel”, de la matancera Carilda Oliver Labra, fue compuesto antes del triunfo y ya adelantaba el agradecimiento infinito con que se educó a cada mujer, hombre y niño nacido en esta isla respecto a su figura.
Neruda, Mirta Aguirre… Solo haga una búsqueda en Google y se convencerá de la cantidad de composiciones poéticas que motivó.
En los libros con que se ha enseñado a leer a generaciones de niños cubanos, la letra F se convirtió en patrimonio de su nombre.
Mientras, la cancionística aportaba lo suyo. Carlos Puebla aseguraba que “Llegó el Comandante y mandó a parar”, y todos coreábamos a un “Fidel que vibra en la montaña” y (solo después), a “un rubí, cinco franjas y una estrella”.
Su amigo Gabriel García Márquez lo consideraba un verdadero profeta, que podía viajar al futuro y preverlo todo, aunque esta tesis resulte risible visto el punto actual de los acontecimientos.
Tras su muerte, la canción de Raúl Torres (también matancero por cierto; aunque la profesora © Café Fuerte
