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Cenizas, corbatas y protocolos: crónica de un fumador en la ONU y la osadía de don Pepe Piñera

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En la actualidad, es imposible fumar en la sede de la ONU en Nueva York, que conmemora su octogésimo aniversario. Los musculosos guardias con sus uniformes celestes son implacables. Está bien: la campaña generalizada ha surtido efecto, y los fumadores (como yo) somos considerados parias. No siempre fue así.

Desde sus inicios, la ONU proporcionaba a cada delegado, detrás del letrero con el nombre del país, un cenicero grande de vidrio color ocre, que se llenaba de colillas mientras los delegados participaban en las tensas reuniones. Dependiendo del caso y en largas sesiones de amanecida, las salas se llenaban de humo, lo que les daba un extraño tinte de club nocturno, pero sin tragos. Los que sabían, podían procurarse el humo en el bar de delegados. No había forma de aburrirse… hasta que llegó la prohibición.

Fue en tiempos del entonces Secretario General U Thant (Birmania, 1961-1971), quien sucedió a Dag Hammarskold, fallecido en un accidente aéreo. La instrucción fue inmediata: los ceniceros fueron retirados. Los persistentes debían salir fuera del edificio y afrontar el clima neoyorquino, húmedo y caluroso en verano, gélido en invierno, con un viento que paraliza. Desalentador para........

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