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Cuando el miedo gana elecciones

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La política democrática debería responder a los miedos con propuestas proporcionales, con diagnósticos responsables, con sensatez hacia las emociones ciudadanas. Sin embargo, se ha vuelto frecuente que se opte por el atajo más efectivo: explotar el miedo para sacar ventaja electoral.

Vivimos tiempos en que el miedo ha dejado de ser una emoción pasajera para convertirse en motor estructural de la política. No hablo solo del miedo como experiencia individual, legítima o angustiante, sino del miedo como estrategia colectiva, como herramienta electoral, como estímulo fabricado, dosificado y amplificado en discursos, eslóganes, noticias, cadenas de redes sociales y frases de campaña.

En cada elección reciente, tanto en Chile como en otras partes del mundo, los miedos deciden votos. Se teme al delincuente, al inmigrante, al comunista, al fascista, a los narcos, a las disidencias, al empresariado, a la izquierda, a la ultraderecha, al aborto, a la impunidad, al Estado, al mercado, a los desconocidos en la calle. La política se ha vuelto un campo de batalla simbólico donde la razón se suspende, y el miedo ocupa el lugar del argumento.

Basta escuchar cualquier llamado electoral. Se usan frases como “no al fascismo”, “delincuencia desbordada”, “Chile se nos va”, “Chile se cae a pedazos”. En síntesis, si ganan ellos, el mundo se viene abajo. El lenguaje político no informa: intimida, simplifica, endurece.

En esta danza de los temores, nadie queda fuera. Desde los sectores conservadores, se agita el fantasma del castrochavismo, del comunismo encubierto, del caos inmigrante. En el otro extremo, se alerta del fascismo, del neoliberalismo autoritario, del retorno de la dictadura. Si la candidata Jeannette Jara tiene pasado comunista, entonces nos convertiremos en........

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