Mariátegui y el marxismo de nuestro tiempo
El miércoles 16 de abril pasado se cumplieron 95 años de la muerte de José Carlos Mariátegui (1894-1930), uno de los principales exponentes del marxismo en América Latina y a nivel internacional en la primera mitad del siglo XX. Su obra reviste actualidad, por múltiples razones, algunas de las cuales vamos a examinar brevemente en este artículo.
Un espíritu reactivo, pero no defensivo
Empecemos por una cuestión de actitud. Vayamos a la polémica de Mariátegui con Henri De Man, llevada a cabo a través de una serie de artículos publicados entre julio de 1928 y junio de 1929 en Mundial y Variedades y republicados en Amauta. Estos artículos, preparados por el propio Mariátegui como parte de un libro que no llegó a publicar y salió de manera póstuma, conforman el volumen Defensa del marxismo. Paradójicamente, la "defensa" de Mariátegui consiste en muchos casos en una explicación acerca de que el marxismo no tiene por qué defenderse, frente a acusaciones como las de "economicismo", "positivismo", "evolucionismo gradual", etc. Además de una operación de separación entre el marxismo y su versión socialdemócrata (que podría, agrego, hacerse extensiva –por ciertos rasgos comunes– al estalinismo), Mariátegui recupera una concepción del marxismo en términos de una teoría revolucionaria, capaz de cambiar con los momentos históricos, caracterizada por un nexo permanente entre reflexión teórica e intervención política y por una plasticidad que le permite ser, al mismo tiempo, crudamente materialista y vehículo de grandes valores ideológicos y morales. Por último, aunque no en importancia, ofrece una mirada del marxismo que lo abre al diálogo con las corrientes filosóficas de su tiempo. Esto es lo que llamamos, sin mayores pretensiones que las descriptivas, un "marxismo mutante" y "de fronteras móviles" [1].
En ese contexto, para Mariátegui la crisis del marxismo (que anunciaba De Man) no era una novedad, ya había sido vaticinada por liberales y socialdemócratas varias veces antes. Mariátegui consideraba necesarias las "revisiones" del marxismo, si eran erróneas, porque permitían polemizar y si eran productivas porque permitían renovar el pensamiento revolucionario. Por eso señalaba que "[l]a herejía es indispensable para comprobar la salud del dogma" [2] y que el dogma "no es un itinerario sino una brújula en el viaje" [3]. Esta ubicación le permitía una lectura del marxismo en la que defendía sus posiciones fundamentales, al mismo tiempo que intentaba pensar su vigencia en condiciones históricas nuevas.
Casi un siglo después de estas reflexiones de Mariátegui, hemos pasado por múltiples "crisis del marxismo", con varias décadas de ofensiva neoliberal como telón de fondo. Sin embargo, hemos presenciado, y (formado parte de) un proceso de recomposición del marxismo, lento y desigual pero persistente, en el que está planteado dar nuevos saltos, conquistar nuevos espacios de debate y construir más y mejores herramientas teóricas, de lucha ideológica y políticas. Mariátegui nos aporta una forma de entender el marxismo muy adecuada para una situación de crisis y recomposición.
Una lectura integral de la crisis
En los últimos años, diversos trabajos que intentan pensar la cuestión de la crisis, suelen tomar como referencia a Nancy Fraser para destacar que la crisis actual del capitalismo tiene un carácter multidimensional. Sin quitarle méritos a la autora de Capitalismo caníbal, la idea ha sido planteada con toda claridad por Mariátegui en sus conferencias y escritos de los años ‘20 del siglo pasado, con el concepto de crisis de civilización o civilizatoria. Con esta afirmación, no estamos diciendo que –aquella y esta– sean exactamente la misma crisis, pero sí que el pensamiento de Mariátegui sirve para analizar una situación como la actual, en la que la crisis acumula y combina múltiples dimensiones.
Digamos de paso que en el marxismo se desarrollaron distintas miradas de la crisis: como crisis económico-social producto de las contradicciones del capitalismo, como crisis revolucionaria (entendida como combinación de crisis y situación revolucionaria), como crisis orgánica (crisis de hegemonía de la clase dominante y la autoridad estatal, que incluye también crisis de los modos de pensar). En el caso de Mariátegui, aparecen todas estas dimensiones, unidas por telón de fondo cultural-epocal, lo cual es un signo distintivo de su lectura sobre la crisis:
La crisis mundial es, pues, crisis económica y crisis política. Y es, además, sobre todo, crisis ideológica. Las filosofías afirmativas, positivistas, de la sociedad burguesa, están, desde hace mucho tiempo, minadas por una corriente de escepticismo, de relativismo. El racionalismo, el historicismo, el positivismo, declinan irremediablemente. Este es, indudablemente, el aspecto más hondo, el síntoma más grave de la crisis. Este es el indicio más definido y profundo de que no está en crisis únicamente la economía de la sociedad burguesa, sino de que está en crisis integralmente la civilización capitalista, la civilización occidental, la civilización europea. [4]
Podemos reconocer estas coordenadas de crisis económica, política e ideológica en la realidad actual, en un contexto de transición en el sistema mundial, del que es expresión la política de Trump. También podemos señalar que hay cuestiones hoy candentes que no tenían el mismo nivel de gravedad en épocas de Mariátegui, como la crisis ecológica y la de la reproducción social, que se han profundizado en la medida en que el capitalismo avanzó en la degradación del metabolismo entre naturaleza y sociedad y de las condiciones de la clase trabajadora y los pueblos oprimidos. Cabe destacar asimismo que la crisis ideológica de este tiempo no es la misma que Mariátegui tenía en mente. Si bien podemos pensar que hay un rasgo en común entre ambos períodos en la quiebra de cierto sentido común "evolutivo" (el liberal tradicional y el neoliberal de "extremo centro"), en el caso de nuestra época, la emergencia de fenómenos disruptivos de todo tipo viene acompañada de lo que Mark Fisher, popularizando a Jameson, dio en llamar "realismo capitalista". Volviendo a los términos de Mariátegui, más que una crisis del "absoluto burgués", o sea más que una crisis de la idea de progreso con mayúsculas y la apertura a imaginarios "heroicos y voluntaristas" como los de la primera posguerra del siglo XX, lo que vivimos hoy es un agotamiento de la ideología burguesa por su propia banalidad, lo cual a su vez constituye el propio proceso de supervivencia de esa ideología como tal: la idea de que el capitalismo es el único sistema posible y la idea del presentismo que clausura toda mirada hacia el pasado (sobre todo en lo que tuvo de revolucionario) y futuro (en tanto posibilidad de cambio) porque se vive y debe vivir en un presente instantáneo inmediato en el cual nos tendríamos que dedicar al consumo. Este imaginario, como corresponde a toda situación de crisis, tampoco es homogéneo, pero tiene suficiente gravitación como para que nos planteemos la pregunta de si no hay un cierto aspecto crónico en la crisis ideológica, que podrá superarse como estadio de la subjetividad de las masas solamente con grandes acontecimientos históricos.
En síntesis, Mariátegui nos invita a (y ofrece herramientas para) pensar la crisis en sus múltiples dimensiones y al mismo tiempo nos permite hacernos la pregunta sobre la profundidad de la crisis ideológica actual.
Universalidad y combinaciones originales
Mariátegui destacaba la importancia de comprender el desfasaje que puede darse entre una teoría establecida previamente y los acontecimientos de gran envergadura. En La escena contemporánea, el primero de sus dos libros publicados en vida hace cien años, señalaba que –para........
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