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Semblanza de un presidente

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20.07.2025

Veinte años después, José María Aznar sigue siendo un personaje que despierta asombro, aunque ya no por su poder, sino por lo que representó: el ascenso del cinismo revestido de cursilería, de la arrogancia disfrazada de convicción patriótica. A estas alturas, su figura se ha fosilizado en el imaginario colectivo como la del alumno aplicado que acabó haciéndole chuletas a la historia para aprobar con trampas.

Quizá el rasgo más distintivo de Aznar fue, y sigue siendo, su infantilismo. Pequeño de estatura y de alma, veía en los demás a niños como él. Por eso jugaba con sus ministros, con los medios y con los ciudadanos, como si todo fuera un recreo de poder. "Hacer los deberes", decía, creyéndose el primero de la clase. Pero lo suyo no era excelencia, sino mediocridad con ínfulas. Y desde esa vulgaridad fue escalando hacia lo grotesco.

Aznar era —y en cierta forma sigue siendo— un niño grande, sin sentido del ridículo, que jugaba a la geopolítica como quien juega a hundir la flota. Solo que, en vez de barcos, hundía........

© Aporrea