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No siempre es la "magia de la Navidad", muchas veces es el trabajo de las mujeres

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Navidad…unión, descanso, luces y regalos; pero no para todas. Detrás de esa imagen de armonía y magia propia de la temporada hay un trabajo constante, silencioso y casi siempre femenino. 

En muchos hogares, las fiestas no solo se celebran: se sostienen, y quienes lo hacen-una vez más- suelen ser mujeres intensificando así la carga mental por estas épocas.

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No solo se trata de hacer las cosas, sino pensar en ellas todo el tiempo, de anticiparse, organizar, recordar, coordinar y resolver antes de que alguien más note que algo falta.

Es saber qué se va a cenar, quién no come cierto ingrediente, a qué hora hay que empezar a cocinar para que todo salga “a tiempo”. 

Es pensar en los regalos ideales para cada persona, asegurarse que nadie se quede sin uno. Es recordar revisar si hay suficientes platos, decidir cómo se va a decorar la casa y hacerlo.

La carga mental no siempre se ve, pero cansa.

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En muchos hogares, siguen siendo las abuelas y las tías quienes se encargan de la comida. No solo cocinan: piensan el menú, hacen la lista del súper, calculan porciones, consideran gustos y restricciones, y luego sirven mientras el resto conversa. 

Las mamás, por su parte, suelen asumir la misión de los regalos. Escuchar durante semanas lo que los niños quieren, buscarlo, comparar precios, comprarlo con tiempo, envolverlo y asegurarse de que la sorpresa funcione. A eso se suma, muchas veces, la decoración: decidir cómo se verá la casa, sacar cajas guardadas durante meses, armar el árbol, colocar luces, esferas y nacimientos.

Si hoy tienes el recuerdo de una Navidad increíble cuando eras niño o niña, una noche perfecta, una mesa llena, un regalo que te marcó es muy probable que hubiera muchas manos femeninas sosteniéndola. Manos que no siempre aparecían en la foto, porque al momento de tomarla ellas seguían trabajando,  pero que aún así hicieron posible el recuerdo.

Todo lo anterior nos trae a esta frase de la teórica feminista Silvia Federici que en su texto El Calibán y la bruja expone que este esfuerzo invisible se sostiene bajo una idea de que las mujeres cuidan, organizan y sostienen meramente por amor. 

En sus palabras, “eso que llaman amor es trabajo no remunerado”, y no porque no haya afecto, sino porque nombrarlo amor ha sido una forma de ocultar que se trata de trabajo real, necesario y constante.

Y aunque si, en Navidad esto se intensifica, no es la única fecha, en realidad si nos detenemos a pensarlo, el sistema que tenemos funciona por la existencia del trabajo doméstico. El capitalismo se sostiene sobre una enorme cantidad de trabajo no remunerado que en su mayoría es realizado por mujeres.

Este mismo trabajo no aparece en estadísticas económicas ni se paga con salario, pero es indispensable para que el sistema funcione.

Cocinar, limpiar, cuidar, criar y sostener emocionalmente no son actos secundarios ni “naturales”, sino tareas que permiten que la fuerza de trabajo exista y se renueve cada día. Sin alguien que prepare la comida, mantenga el hogar, cuide a los niños o acompañe emocionalmente, no habría personas listas para trabajar fuera de casa.

A esta lectura se suman voces latinoamericanas como la de Rita Segato y Marcela Lagarde.

Rita señala que a las mujeres se les asigna socialmente la tarea de sostener los vínculos y la armonía emocional; y no solo hacen, también deben garantizar que todo “funcione”. Por esto, en celebraciones como la Navidad, ese mandato se intensifica: si hay tensiones, silencios incómodos o conflictos, la responsabilidad de amortiguarlos suele recaer en ellas.

Por otro lado Marcela explica cómo el trabajo de cuidado se transforma en una ética del sacrificio. A las mujeres se les educa para vivir para los demás, para postergarse y para sentir culpa cuando no cumplen ese rol. Así en la lógica navideña, dar sin descanso se convierte en una prueba de amor y de valor personal, aunque implique cansancio y desgaste.

Esta época entonces no solo revela quién sostiene la celebración, sino también quién sostiene al sistema todos los días, desde un espacio que rara vez se nombra como político o económico y en el que muy pocas veces se habla sobre estos temas: el hogar.

El cambio no tiene que ser perfecto ni inmediato, pero sí consciente. Te contamos de algunas formas de contribuir, para que en tu siguiente reunión familiar y en casa empieces a aplicarlo:

Nombrar estas cargas no busca arruinar la fiesta, sino repartirla mejor, porque celebrar también debería ser un acto compartido, no una responsabilidad invisible que se hereda de generación en generación.

Y quizá este año, antes de sentarnos a la mesa, valga la pena preguntarnos: ¿Quién hizo posible que todo esto estuviera aquí… y cómo podemos hacerlo juntos la próxima vez?

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A Víctor Macarov lo fueron a buscar a la salida de su instituto de enseñanza. Tenía 18 años.

A Miguel Schevzov, de la misma edad, se lo llevaron cuando estudiaba en casa de un amigo.

Vladimir Roslik Dubikin, también de 18, estaba en el cine y corrió igual suerte.

Una tras otra, una veintena de personas fueron detenidas entre abril y mayo de 1980 en San Javier, un pequeño pueblo de inmigrantes rusos en el oeste de Uruguay.

Los tomaron por sorpresa, mientras hacían las cosas más cotidianas.

Esteban Gilsov volvía de pescar. Jorge Gurin estaba en su casa con su esposa, Susana Zanoniani. Y Néstor Dubikin, de apenas 16 años, había ido en bicicleta hasta el río: ellos también fueron arrestados por la dictadura militar que había en Uruguay.

Los llevaron a un cuartel. Les pusieron capuchas. Los torturaron de forma salvaje. Y 11 de ellos fueron enviados a una cárcel por meses o años.

Ninguno sabía por qué los sometían a semejante martirio, una pesadilla que volvería cuatro años más tarde con más detenciones arbitrarias y un asesinato que marcó el fin del régimen militar.

Algunos se lo preguntan hasta........

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