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Paz, esa sospechosa

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Hasta hace poco hablar de paz en Venezuela podía percibirse como ejercicio inane, reducido a la sospechosa ambición de algunos ingenuos; esos que argumentan que la política, en tanto “guerra por otros medios”, constituye el entorno, el sistema, el recurso para que el antagonismo pueda dirimirse con palabras. He allí un enunciado que, evidentemente, juega con la célebre frase de Clauzewitz sobre la guerra como continuación de la política; autor que, no por casualidad, asignaba a esta última, a la política, una lógica superior que no puede ser usurpada por la gramática bélica. La del valedor de la política -por ende, de la paz- sería más bien la apuesta a esa suerte de guerra “sublimada”, no letal, esa guerra de representaciones que sustituye a la violencia explícita, inherente e indeseable de la “guerra total”.

Pero, volvamos a nuestro asunto: la desprestigiada palabra “paz”, en tanto envés de la guerra (en su concepción más básica), se desliza hacia el centro del debate gracias a la noticia del premio Nobel adjudicado a la venezolana María Corina Machado. El suyo cabalga ahora junto a nombres de figuras de la política mundial cuyos memorables logros fueron objeto del mismo reconocimiento: Luther King, Willy Brandt, Pérez Esquivel, Walesa, Óscar Arias, Alva Myrdal, Gorbachov, Mandela, los miembros del cuarteto de Túnez, entre otros. Entonces, las reflexiones sobre una noción prácticamente vaciada por la crudeza de los intercambios globales, por la instrumentalización ideológica y la polarización que se instala en el debate público, hoy lucen más pertinentes que nunca.

En medio de ánimos que oscilan entre la celebración, el orgullo, la corrección política o el disgusto, se cuela también el trastorno semántico al que se aferran algunos exaltados. “Guerra es paz”, encajan prácticamente, al modo de la distópica “1984”. Imposible no recordar el principio del Ingsoc que invocaba la unidad en el odio, el lema que ilustra la contradicción de la propaganda del Estado totalitario en la ficticia Oceanía, la promiscuidad entre lo verdadero y lo falso para mantener control absoluto sobre la población. Doblepensar, en fin, que instigaba a aceptar la brutalidad de la guerra perpetua como........

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