Un retazo del “Azul infinito” de Klein subastado en €18.4 millones
El azul apenas existió en la historia temprana del arte occidental. Para los griegos el mar de la Odisea no era azul, era púrpura. En Egipto desarrollaron un pigmento conocido como “azul de Egipto”, utilizando azurita, un mineral de cobre de un color azul intenso. En la Edad Media se utilizaron pigmentos azules extraídos de la molienda del lapislázuli. El día que visité la Capilla de los Scrovegni en Padua, estuve absorto observando el cielo estrellado de la bóveda, obra en la que Giotto, generador del Renacimiento italiano, utilizó un azul ultramarino extraído del lapislázuli, una piedra proveniente de Afganistán.
En 1951, Yves Klein (1928-1962) escribió en su diario: “Para luchar contra todo en la vida, creo que el único medio es tomar un poco de infinito y utilizarlo”. Sus primeros experimentos pictóricos fueron pequeños monocromos sobre cartón que, con el tiempo, se convirtieron en objetos de culto. La búsqueda espiritual de este multifacético artista se confunde en el camino con su idea del arte: “Pinto el momento pictórico que nace de una iluminación”.
Ludwig Wittgenstein, en su libro Remarks on colour (British Library, 1950), expresaba su duda sobre la existencia del color puro. “Los colores no están, simplemente, a nuestra disposición, como lo están las palabras de un diccionario para nuestra consulta. Sus propiedades son huidizas o mixtas, puesto que los efectos psicológicos en los que vienen envueltos dificultan el esclarecimiento final de sus nociones”. Sin embargo, Yves Klein, inspirado por el cielo de Niza, su ciudad natal, inició una búsqueda mística, dedicándose a pintar fragmentos de azul infinito, “el mundo del color puro”; “el azul no tiene dimensiones, está más allá de las dimensiones”, expresaba. En enero de 1957, en........





















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