¿Inmigrantes? Sí, gracias
El tema de la inmigración se ha convertido en el gran problema de una sociedad opulenta y a la vez desecada por la exigua natalidad que padece; una sociedad que aunque no lo reconozca necesita una mano amiga que venga de fuera, además de una buena mano de obra y de un futuro con más esperanza que miedo. Quizá no se hable siempre de ella, pero la inmigración es como el perpetuo dinosaurio de Monterroso, siempre está allí, silenciosa y vigilante, esperando su oportunidad para convertirse en un tropel de ciudadanos de primera, es decir, de residentes con papeles para trabajar y con papeles para soñar con una vida mejor.
Por un lado tenemos encima la turismofobia tan de moda en España y tan denostada en todas partes, demasiada gente con sandalias y pantalón corto deambulando por los mismos espacios y aunque se rasquen un poco la cartera al residente de turno le molesta su excesiva presencia y su excesiva insolencia. La fobia a la inmigración es otro tipo de “molestia” distinta y distante, ya que el migrante viene con la intención de quedarse. Pero ahí está la primera duda: aceptamos la entrada irregular de personas que vienen con la esperanza de quedarse o solo consentimos la que viene limpia de polvo y paja, con sus papeles en regla, sus maletas en ristre y sus sueños dispuestos para currar.
De entrada, admitir que los ‘sin papeles’ se instalen no es solo un potencial perjuicio para el país de acogida, sino que es a su vez un prejuicio real, sobre todo, para los propios inmigrantes que han entrado como han podido, es decir,........
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