Se puede matar de un disparo. De un misil. De una bomba. Se puede matar sin sangre, sólo con palabras. Se puede matar a gritos o en silencio. Dejar morir es también matar, agónica y lentamente como muere una flor en un desierto sin agua.

Hacía meses que tenía pendiente visitar a mi abuelo, pero ya se sabe que los cementerios no suelen ser sitios de paso habitual, que son lugares que se levantan en los márgenes de la vida, en los finales de los pueblos. Por eso me llevó un tiempo esa cita que, al fin, llegó este pasado martes en una tarde que era del color de las tumbas, tan gris como las piedras diminutas que conforman el camino de acceso al más allá.

Sentada en un banco de piedra bajo un ciprés que hay junto al panteón familiar, hablé con él y le conté mucho, le conté de mi maternidad. Fue durante esa conversación de a uno cuando me detuve en el busto de una virgen de mármol blanco que reposaba sobre el mausoleo vecino. Su rostro esculpido con martillo y cincel, su gesto doliente, su cabeza inclinada, sus ojos cerrados, su boca gimiente, sus........

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