La resurrección de la carne y la vida eterna, la certeza que florece más allá del dolor
Nietzsche proclamó con dolorosa lucidez: “Dios ha muerto y nosotros lo hemos matado”. Era un doloroso lamento por la pérdida de sentido en un mundo que, al alejarse de lo sagrado, veía que se enterraba también la esperanza.
Y, sin embargo, en medio de ese vacío, surge la posibilidad de un despertar: la experiencia espiritual no se trata de enterrar vivo el dolor, sino de redescubrir la presencia viva de Dios, en lo más profundo de nuestro ser, allí donde la esperanza y la compasión aún laten.
Dios no muere, aunque lo hayan matado. Miguel Uribe Turbay y su madre, Diana Turbay Quintero, como tantos otros mártires de la historia, tampoco han muerto, aunque les hayan arrebatado la vida. Estamos viviendo un duelo que parece perpetuarse en el tiempo, un duelo que nos recuerda que el odio y el resentimiento han sido, tristemente, protagonistas de nuestra historia.
¿Hasta cuándo seguirán nuestras naciones y tantos justos corazones, amordazados por estos crímenes que, asesinan no solo a los inocentes sino también nuestras esperanzas? Y es que es tan devastador el panorama que a veces pareciera que están mejor los que murieron, que aquellos que sobreviven y tienen que resistir en medio del dolor y la desolación.
En la medida en la que la humanidad vuelva a reconocer la presencia inmortal e imperturbable de Dios, comienza a florecer la verdadera resurrección, la que sobrepasa todo entendimiento humano.
¿Qué hay más allá de nuestra fragilidad y de la muerte que viene caminando hacia........
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